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La certera mirada de ida, la escritora

El presente libro contiene los textos escritos por la autora para ilustrar fotos de un grupo de artistas del lente vinculados al Listín, publicadas en la revista “Oh, Magazine” entre 1998 y 1999.

Portada. La ilustración es de la autoría de Rosángela Acosta Bichara.

Portada. La ilustración es de la autoría de Rosángela Acosta Bichara.

Ida Hernández Caamaño sabe que detrás de las palabras no hay solo palabras. Allí, donde el decir es parte del polvo del camino, vibra el ojo escrutador que no descansa en su batalla de hacer posible lo imposible.

Consagrada a su familia, pero atenta siempre a su contorno, Ida ha sobrevivido todos estos años con la pasión literaria. Ha hecho arte de todo lo que toca. Y no se ha lamentado de su rol espiritual.

Antes de “Una Mirada”, tenía en su haber tres libros de los que nunca tendrá que arrepentirse: “Viajera del polvo” (poesía, 1993), “El amor de todos los días” (relatos, 2001) e “Instituto Tecnológico de Santo Domingo: 1972-1997: 25 años de historia”. Son obras que trascenderán en tiempo y espacio por la eficacia y el amor con que fueron concebidas.

Ahora, con “Una Mirada”, la autora incursiona, en apariencia, en el periodismo. En apariencia, porque esas pequeñas cápsulas son verdaderas piezas literarias, modelos de creatividad, buen gusto, que no quedaron sepultadas dentro de una publicación periódica. Muestran, junto a su vigencia, la facultad de sobrevivir a los derrumbes.

Los escritos que integran este libro nacieron en 1998 y marcaron constancia ininterrumpida por algo más de un año, en las páginas de la revista “Oh, Magazine”, de Listín Diario.

En aquel entonces, la dirección de la referida publicación convocó a la autora con la idea de escribir pequeñas viñetas, las instantáneas de contenido artístico salidas del lente de Miguel Gómez, Silverio Vidal, Alfredo Olaverría, Germán Méndez, Juan Pérez Terrero, Roberto Polanco, Martín Rodríguez y César Sánchez.

Estamos en presencia de una prosa poética. Estas breves pinceladas mostraron, no solo la eficacia de una escritora ante un desafío poco común, sino la importancia de la empresa en aquel tiempo en busca de elevar la calidad del contenido de su publicación periódica.

Aquí no hay agilidad y destreza, sino hondura profesional. Eso a todas luces, es un triunfo tanto de la autora como de la revista. Mirar al lector con respeto, proponerle temas e imágenes trascendentes fue un logro que, por suerte para todos, ha quedado recogido en este tomo cuya edición ha estado al cuidado de la autora, junto al escritor José Alcántara Almánzar.

(+) CONTACTO: IDA HERNÁNDEZ CAAMAÑO Antes del alba, todo es silencio ante la bruma que desdibuja el horizonte. Un sobrecogimiento natural y espontáneo se adueña del espacio a pesar del ligero tun tun del agua sobre los botes. A esta hora todo es silencio desde el fondo del mar hasta el chinchorro, que trabaja también sin hacer ruido. Recién nacido el sol, traza un surco de luz que me permite caminar el muelle y la orilla, en un imaginario recorrido por las aguas serenas.

Un cielo límpido recoge como sobre un lienzo todos los tonos del naranja y del rojo emanados sin esfuerzo desde el alba, sobre el azul, que es en verdad una quimera, con ausencia de verdes que no le pertenecen. Desde aquí puedo sentir la frescura como una huella oculta de a noche; la mañana no existe todavía, y este instante es apenas un sensual espectáculo tocado por sutiles rayos que un poco más tarde me morderán la piel.

La inmensidad del misterio de la vida, ofrecido por un amanecer que deslumbra, resulta un desperdicio cuando nos encontramos tan ausentes del misterio, ¿Qué necesito para poder recorrer, incorporar y disfrutar tan generosa entrega? Adueñarme de mí misma, crear un espacio de armonía que me reconcilie con la naturaleza y con todo lo que existe. Tener o crear la disposición de ver, de oír y de sentir lo que me rodea, de un modo diferente al que ahora me invade.

Cada veinticuatro horas ocurre el milagro de nuevo. Callado, el mundo se levanta con zapatos de gamuza, entre colores diversos por diferentes peldaños de estaciones: el tiempo se construye con este aliento quedo y constante que se escurre cada día ante mis propios ojos. Natural y cotidiano, sin embargo, el paisaje me toma por asalto. Cuando abro los ojos cada mañana, ya los rayos del sol caen sobre mí, me bañan cálidamente y no me pregunto cómo ni de dónde vienen. He perdido las primeras señales de la aurora, las he dejado escapar.

Después del alba reluciente, todo es alborozo, nace la vida ruidosa y desquiciada; una se pierde en la enérgica gravedad de los objetos, en las demandas urgentes de la sobrevivencia y en la pérdida del encuentro con uno mismo. Como un soplo ligero desaparece el resplandor de las mañanas hermosas de mi tierra caliente y vigorosa, se esfuma la silente presencia del alba. Del día que nace con sobrecogimiento u calma.

¡Qué alegría! ¡Qué pena!

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