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Crucifi carnos y resucitar como Jesús

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Lesbia Gómez SueroSanto Domingo

“En verdad, ¿¡Tú eres el Mesías esperado!?”. Así respondió Pedro a la pregunta de Jesús sobre qué decía la gente con respecto a Él. Para poder auscultar esa verdad en el misterio que encerraba el advenimiento de Jesús como Mesías, debía existir una perfecta armonía en vibración y afinidad espiritual entre ambos. Sin embargo, y como paradoja, este mismo discípulo, a quien Jesús designó como piedra angular donde iba a edificar la iglesia como fundamento de su doctrina, lo negó cuando fue descubierto en el patio de la residencia de Caifás, al señalarlo como uno de sus fieles seguidores.

En este pasaje del mesianismo apostólico de Jesús, se aprecia cómo actúa la dualidad de la conciencia en cada individuo. Y con ello se puede entender además, el miedo atroz que debió padecer Pedro para negar a aquel que era todo amor, verdad, tolerancia; pero más que todo esto, negar al digno Maestro y fiel amigo; quien refrendó un modelo de servicio, cuando lavó los pies a los discípulos, haciéndose el más humilde servidor. Y fue cuando también dijo: “Me dicen Maestro y en verdad lo Soy... Por tanto si esto hago con ustedes, cuánto más deben hacerlo a sus hermanos...”.

Ahora, volviendo al caso de la negación de Pedro, ¿cuál sería el remordimiento cuando Jesús lo miró? ¿Qué hubo de haber pasado por su febril mente? Pero el amado Maestro no lo culpó. Entendió que el hombre ante el miedo y posterior temor al suplicio, castigo o muerte, se hace vulnerable y huidizo, y Pedro como tal no podía ser la excepción. Fue entonces que Jesús en íntima introspección recordó lo vivido en el huerto de Getsemaní, donde en una auscultación de su próximo tormento y muerte en cruz rogó: “Padre, si es posible, haz que pase de mí este cáliz...”. Se estremeció por ceder a la provocación de la tentación y temor de la naturaleza inferior de la carne, y a seguidas repostó: “Que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Por eso comprendió la debilidad de Pedro, y lo miró con indulgencia y con extremo amor de maestro, amigo y guía.

En tal sentido, somos vulnerables al acoso del miedo, al riesgo de perder nuestras posesiones materiales, como también la vida; miedo al cambio transformador de separarse de hábitos y apegos, al disfrute de los sentidos ordinarios. Son muchas las ocasiones que negamos a Jesús no con palabras, sino con los hechos, cuando de espaldas a sus postulados damos más vigencia a las cosas del mundo. Y sometemos a un coma inducido al alma para que esta no se percate de los errores y desobediencias que como individuo cometemos.

Debemos estar atentos y observadores de los pensamientos y sentimientos que puedan presionarnos a desvirtuar los valores que se insertan como postulados en nuestra conciencia. Pudiendo rehuir a la tentación de adulterar los sentimientos a nuestro maestro interno, el más dulce y misericordioso testigo en nosotros mismos.

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