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DOS MINUTOS

El falso yo

Jesús, a través de la inspiración del Espíritu Santo y de los sucesos de la vida, nos habla todos los días haciéndonos las mismas preguntas.

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Luis García DubusSanto Domingo

5º. Domingo de Cuaresma Juan 11, 1-45

Cuando Lázaro se puso enfermo de muerte, sus hermanas enviaron un mensaje a Jesús diciendo: “Maestro, el que tú amas está enfermo”. Note la delicadeza de este mensaje. Era sólo la información de un hecho. No era una petición por una curación. Es como decir: “Querido Señor, este es el problema. Haz lo que tú creas que es mejor”. (Vemos aquí un estilo de oración de petición idéntico al de la Virgen en Caná: “No tienen vino”).

Pero Jesús no viene. Él espera a propósito cuatro días. Finalmente informa a los discípulos: “Lázaro ha muertoÖ Ahora vamos a su casa”. ¡El que había curado cientos de personas, ahora declinó salvar la vida a su querido amigoÖ!

¿Cómo debemos entender esta aparente indiferencia? Esta acción divina desafía nuestra idea de Dios, nuestra idea de Jesucristo, nuestra idea de la vida espiritual. Rendirse ante lo desconocido marca la gran transición en la jornada espiritual.

¿Cuál era esa enfermedad misteriosa que hizo sufrir y morir a Lázaro? Fue la muerte de su falso yo. La muerte es la única cura del falso yo (el ego, el hombre viejo). Esa es la razón por la que Jesús no vino enseguida. Sólo la muerte del falso yo produce una total liberación de todas nuestras programaciones y dependencias, que nos mantienen impelidos por nuestras necesidades de seguridad, de afecto y de control.

Jesús, a través de las inspiraciones del Espíritu Santo y de los sucesos de la vida ordinaria, nos habla todos los días haciéndonos las mismas preguntas que Él les hacía a sus discípulos:

“¿Cuál es tu motivación? ¿Por qué estás ansioso? ¿Por qué tienes miedo?”.

Gradualmente vamos aprendiendo a reconocer las influencias que proceden de nuestros programas emocionales de cómo buscar la felicidad, de nuestra configuración genética, y de todo ese conjunto de cosas que son opuestas a que aprovechemos en todo su alcance los valores del Evangelio.

Lázaro nos enseña que el camino del cristiano no es una alfombra mágica para nuestro arrobamiento y deleite, ni una profesión, o una historia de éxitos. Es una serie de humillaciones del falso yo.

La fuerte voz de Jesús ordenando a Lázaro salir de la tumba era la palabra de sabiduría que Jesús se había reservado para él.

Fíjese en la progresión de lo que sucede entonces. Lázaro tambalea hasta la puerta envuelto en las vendas y el sudario. Jesús ordena: “Desátenlo y déjenlo andar”.

Cada vez que tiene lugar un crecimiento en nuestro desarrollo espiritual, todas nuestras relaciones cambian: con Dios, con nosotros mismos, con las personas y con toda la creación.

Nos convertimos en una nueva persona, de aquí surge una nueva forma de actividad. Este es un tipo de servicio que surge de la experiencia de la presencia divina dentro de nosotros, del Espíritu viviendo y trabajando desde nuestro interior.

Es Dios en nosotros sirviendo a Dios en los otros.

Nota: Lo anterior es la reflexión que sobre el evangelio de hoy hace el padre Keating. Nos pareció que a usted le sería más útil que cualquier otra cosa que pudiera yo escribir.

Tomadas del libro “La mejor parte”.

La pregunta de hoy

¿Quién es “el falso yo”?

Es un comparón que cree que con prestigio, placeres o poder puede llenar su vida.

¿Seré yo un comparón camuflado?

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