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DOS MINUTOS

La verdadera vida

¿Es esta existencia que estamos viviendo la verdadera vida? ¿Acaso soy como un animal que se muere, se descompone y no queda nada?

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Luis García DubusSanto Domingo

Recuerdo haber leído la historia de un hombre que iba llegando a un pueblo y vio a un mendigo tirado al borde del camino. Le llamó la atención porque recordó el sueño que había tenido la noche anterior, así que se detuvo, se dirigió al mendigo y le dijo: “Esto es muy extraño, pero anoche me soñé que lo iba a encontrar a usted mismo, aquí sentado con ese macuto a su lado”.

-¿Ah sí? ¿Y qué más soñó? ópreguntó el mendigo.

-Soñé que en ese macuto viejo tenía usted una joya de mucho valor.

El mendigo abrió el macuto y sacó un diamante de gran tamaño.

-¡Ese mismo! óexclamó el hombre asombrado. ó¡Qué maravilla!

-Si usted quiere, se lo regalo.

-¿Me lo regala?

-¡Claro que sí!

Y el mendigo se lo dio.

Al hombre hasta se le olvidó decir “gracias”, agarró la joya, la apretó en sus manos fuertemente y se fue enseguida.

En el próximo pueblo se hospedó en el mejor hotel y, sentado en la cama viendo aquel diamante, se sintió el hombre más rico del mundo. ¡Cómo brillaba! ¡Cuánta perfección! ¡Cuánta riqueza!

En la noche no pudo dormir y, muy temprano volvió a donde estaba el mendigo y le devolvió el diamante diciéndole:

-Tome su joya, amigo, ahora quiero pedirle que me regale eso que usted tiene que lo hizo capaz de desprenderse de ella tan fácilmente.

El hombre no era bruto. Se dio cuenta de que en realidad el mendigo tenía “algo que era más valioso que todo el dinero del mundo”.

El Señor relata hoy el caso de un hombre que sí era bruto. Vivía como un rey. El mejor carro, la mejor casa, cuatro casas de veraneo, y naturalmente dándose el mayor gusto que ofrecen los mejores manjares del mundo. Pero lo peor era que tenía en la puerta de su casa a un mendigo enfermo y tan pobre que no tenía qué comer. Deseaba que le dieran tan siquiera la comida que sobraba de la mesa del rico, pero ni eso le daban (parece que a los ricos como este no les sobra nada).

Cuenta el Señor Jesús que al morir, al pobre lo llevaron “al seno de Abraham” y estaba totalmente feliz, mientras que al rico le fue muy mal. El pobre se llamaba Lázaro, al rico el Señor no le puso nombre, solamente dijo que era un epulón, es decir, uno que vivía en la opulencia dándose todos los gustos que pudo.

Esto me ha puesto a hacerme dos preguntas.

1. ¿Es esta vida que estamos viviendo la verdadera vida? ¿Acaso soy como un animal que se muere, se descompone y no queda nada?

2. Viviendo en un país lleno de gente pobre, ¿puedo pasarle de largo en mi carro, mientras ellos pasan hambre? ¿Puedo hacer algo? ¿Puedo contribuir a que alguien consiga trabajo para dignificar su vida? ¿Puedo hacer algo más?

Una persona a quien conocí cuando niño y ahora tiene una gran empresa, al sobrevenir la crisis mundial que nos afecta, en vez de declarar que tendría que reducir personal, declaró: “Nadie perderá su empleo en mis empresas. Nadie será despedido”

¡Bien!, me dije. Este no es bruto. Este sabe que esta vida no es LA VIDA.

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