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DOS MINUTOS

El anhelo más profundo

En el evangelio de hoy, el Señor nos da una fórmula infalible para obtener eso que tanto ansiamos y que llamamos felicidad: hacer algo por alguien que no puede pagárnoslo

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Luis García DubusSanto Domingo

El carro estaba atascado en un lodazal y estaba lloviendo torrencialmente aquella noche en Jarabacoa.

Fuimos a una casita en busca de auxilio. Por la ventana vi a una familia reunida leyendo la Biblia.

Me dio pena interrumpir, pero toqué la puerta. “Perdone, señor”, le dije a quien abrió, “necesitamos ayuda”.

El hombre dejó todo enseguida, y en compañía de uno de sus hijos, bajó a la zanja donde estaba el carro. Sacarlo con su ayuda fue por fin posible. Entonces, cuando me volví a darle las gracias a aquel hombre mojado y enlodado, vi en medio de la noche algo que nunca olvidaré.

Era una sonrisa amplia, sana y espontánea, de esas que solo pueden brotar de un corazón feliz, como el agua cristalina que brota alegremente de una fuente natural.

“¡De nada, señor, que le vaya bien!”, respondió con la mayor naturalidad. Y me di cuenta de que yo nunca podría reciprocarle este gran favor, ya que ni siquiera sabía quién era.

Este suceso siempre me ha ayudado a comprender el sentido de la última frase del evangelio de este domingo (Lucas 14,7-14): dichoso tú si haces algo por alguien que no puede pagarte.

Es cierto. La ayuda que nos prestó aquel buen señor de Jarabacoa ciertamente nos sacó de un gran apuro a mi esposa y a mí, pero al mismo tiempo produjo en él una dicha profunda, que no es posible conseguir de ninguna otra forma.

Creo que usted y yo tenemos una necesidad en común, y eso es que ansiamos ser felices, es decir, anhelamos esa dicha profunda. Bien, pues le tengo una buena noticia.

En el evangelio de hoy, el Señor nos da una fórmula infalible para obtener eso que tanto ansiamos y que llamamos felicidad.

Su fórmula es esta: hacer algo por alguien que no puede pagárnoslo.

Y como el Señor, siendo Dios, no puede estar equivocado, es seguro que aplicar esta fórmula colmará nuestro más profundo anhelo.

Con razón afirmó Bernard Shaw: “No podemos consumir felicidad sin haberla producido, al igual que no tenemos derecho a gastar dinero sin haberlo ganado”.

Hacer algo por alguien que no pueda pagárnoslo... Esa es la fórmula.

La pregunta de hoy Si sabemos esto, ¿por qué razón no lo hacemos?

Le voy a dar mi sincera opinión.

Creo que quizás hemos leído muchas veces esta fórmula de dicha que nos da el Señor, pero nadie se lo cree. La prueba es que, salvo casos excepcionales, todo lo que hacemos es para conseguir algo a cambio, aunque sea solo agradecimiento, lo cual es ya, en cierta forma, un pago.

Dice San Agustín que el evangelio lo entendemos más haciéndolo que leyéndolo.

Ojalá nos atrevamos a “hacer” este. Creo que solo así lo entenderemos.

Nota: Hoy cumplo 86 años de edad, y le voy a pedir que usted rece, despacio, un avemaría para que ella me ayude a aceptar la soledad que me invade. Todos mis viejos amigos han muerto, y, peor aún, se me fue mi querida esposa hace poco.

De esa forma hará usted algo por mí sin que lo sepa su mano izquierda, ni yo tampoco.

Quizás y sin quizás, le produzca felicidad hacerlo.

Gracias, y que Dios lo bendiga.

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