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SENDEROS

Trascender los aspectos de la conciencia inferior

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Lesbia Gómez SueroSanto Domingo

Como un postulado o regla, le advertía Jesús a sus discípulos y a los hombres de futuras generaciones que debían ser perfectos como lo era Dios en el Cielo, y lo hacía también, como referencia y modo de su transformación integral. Por consiguiente, alcanzar el estado de perfección es un requisito de orden divino-espiritual, que como propósito debe contraer el hombre en la búsqueda y realización en Dios y su propio Ser. Se entiende por esto que es trascender todos los aspectos de la conciencia inferior, que como ego se expresa y se acciona en una combatiente dualidad, y es donde se aprisiona la conciencia con ilusión, egoísmo y egocentrismo. De antemano se sabe que la tarea no es fácil de cumplir. En tanto, esto también se contempla en la Economía Divina cuando se expresa que todo a su tiempo: porque “la Eternidad no tiene prisa, ni la naturaleza da saltos”. Por cuanto es paciente y espera a que la conciencia haga su tránsito en su caminar por largos periodos y lentos procesos para asimilar como tal su compromiso de mutación, transición o cambios continuos con la alquimia que da el amor. Y en esto consiste, caerse, levantarse, estacionarse otras veces en la búsqueda del conocimiento de Dios y de sus leyes universales.

En síntesis, es dominar las pasiones propias del mundo interior y exterior.

Se aprecia que al hombre como ser, no se le imponen reglas, mandatos o pruebas que este no pueda cumplir, porque muchas otras conciencias se han iluminado en beatitud y perfección a través de la voluntad y firme decisión de realización, con la renuncia de apegos y deseos a las cosas o bienes materiales. Siendo así, y contemplado desde esta óptica se puede inferir que cuando esta disposición la valide el hombre con propiedad y deshumanizados sentimientos, sólo tendrá que llevar a cabo un elaborado y continuo trabajo de observación de pensamientos y sentimientos, aprender de las pruebas que se expresan como efectos de causas para no repetirlas, y delinear su vida con disciplinas dirigidas a la transformación de las atávicas conductas, que como instinto se hacen pasibles al error y la perdición. Dentro de esas disciplinas cabe señalar: “devoción sincera, sustraerse a juzgar a otros, ya por prejuicios de dogmas o fe, sanar la mente con el perdón, por el apelativo de creerse juez para incriminar a otros por las equivocaciones que cometen o por sentirse heridos por alguna ofensa, así como servir con agrado al hermano, o cualquier otro producto o especie, sin esperar reconocimiento por la obra realizada.

Es entonces, que bajo estas premisas el hombre cada día a la vez va ejerciendo el predominio de la supremacía de su ser divino que lo integra, defiende su dignidad y no permitiendo que otros abaraten la calidad de su esencia y naturaleza divina de igualitaria imagen y semejanza a Dios, que es santo, amoroso y perfecto.

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