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DOS MINUTOS

El fuego del amor

Ese fuego purifica y divide. Sí, divide la parte mala de la parte buena. Y destruye la mala, haciendo que la buena ocupe cada vez más espacio.

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Luis García DubusSanto Domingo

“Si usted está enfermo de muerte, es por su propia culpa. No volveré aquí. La próxima vez que sepa acerca de usted, será por una esquela mortuoria que vea por el periódico. Adiós”. Dicho esto, la joven señora salió de la habitación del hospital donde estaba internado su padre, y con paso resuelto se encaminó hacia la salida.

Había sido dura, pero había sido justa. Aquel hombre no se merecía otra cosa. No era más que un traidor. La había traicionado a ella y a su madre cuando las abandonó, teniendo ella apenas unos meses de nacida, a pesar de ser su única hija.

Mientras pensaba cómo su padre la había traicionado, recordó a otro traidor: Judas. Y repasó las últimas palabras que le había dirigido el Señor a Judas: “Amigo”.

Había dicho que no volvería, pero al día siguiente aquella hija volvió a ver a su padre. Este se quedó mirándola extrañado, y esperó.

“Vine para expresarte que lamento lo que dije ayer”, comenzó ella diciendo. Y añadió: “He pensado que si el Señor no rechazó a Judas, tampoco yo puedo rechazarte”.

Y luego, tras una pausa, dijo lenta, pero firmemente: “Te perdono. Puedes morir tranquilo. Te quiero”.

Lo que sucedió luego sorprendió a los médicos: el hombre recuperó el deseo de vivir, y pocos días después fue dado de alta. El amor incondicional de su hija lo curó.

“Fuego he venido a encender en la tierra”, dice el Señor en el evangelio de hoy (Lucas 12,  49-53). Pues el fuego del Señor sobre la Tierra se manifestó claramente en la actitud de aquella hija.

Su dolor no había cambiado. Pero en su segunda visita ella pudo amarlo y perdonarlo.

Esto que ella realizó fue un acto de amor, de amor verdadero, de amor auténtico.

Y ese amor cura, porque viene de Dios.

El Señor habla hoy de “fuego”. Fuego es el poder del amor de Dios que purifica y divide. Sí, divide la parte mala de la parte buena. Y destruye la mala, haciendo que la buena ocupe cada vez más espacio, como cuando destruye la altivez de la soberbia y enaltece la humildad.

La palabra del Señor no es simple fuente de emoción sentimental. Es asunto muy serio: es fuego de Dios sobre la tierra.

Él con su muerte en una cruz, suscita una nueva realidad, algo que no existía antes: el amor gratis, el amor incondicional.

Cuando ese amor pasa a través de un corazón humano, a veces duele. Pero es lo único que da vida al mundo.

Un cristiano es aquel que, habiendo descubierto ya ese amor de Dios por él, está dispuesto a permitir que Dios lo use como canal del fuego de su amor por otros.

La joven de la historia de hoy lo hizo, y el papá recobró la vida. Usted y yo, si queremos, también podemos atrevernos a dejar que ese amor pase a través nuestro. Los griegos lo llamaban “agape”. Y Mahatma Gandhi lo describió de esta forma: “El amor auténtico es aquél que hace a una persona capaz de amar a quienes lo odian”.

La pregunta de hoy ¿Acaso Dios divide?
La división se produce cuando Dios es relegado, tanto en familias como naciones. El fuego del amor de Dios, en cambio, produce la única unidad y familia estable en este mundo: la de los hijos de Dios.

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