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REFLEXIÓN

Pidan y se les dará

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Isabel Laura Goico de PrietoSanto Domingo

Qué rico en contenido el evangelio de Lucas que nos presenta la Liturgia de este domingo. El Señor nos enseña primero cómo debemos orar, regalándonos la oración por excelencia, el Padrenuestro, nuestro modelo a seguir cuando necesitamos conversar con Dios.

Esas siete peticiones en las que le pedimos ayuda, pero también nos comprometemos a vivir como hijos suyos.

Pero luego, se vale de la parábola, y nos dice que si vamos a pedirle ayuda a un amigo a medianoche y él se niega porque ya está descansando, y seguimos insistiendo, si no nos ayuda por su condición de amigo, al menos lo hará por nuestra impertinencia. Con esto nos deja bien claro la importancia de la perseverancia en nuestra oración. La mayoría de las veces no encontramos respuesta porque nos cansamos y dejamos de orar “en nuestro tiempo”. No perseveramos en la oración y esperamos… “en el tiempo de Dios”.

Esto trae a mi memoria cómo en mi adolescencia, cuando nos invitaban a una fiesta, mi hermanita me prohibía que yo le pidiera el permiso a mi papá, porque yo era muy orgullosa y si me decía que no, ahí quedaba la cosa y nos quedábamos las dos.

Ella en cambio, le daba vueltas y vueltas e iba buscando mil y un argumentos hasta que al final, igual que en el Evangelio, ¡siempre íbamos a la fiesta! Pero también es importante la confianza que depositamos en nuestra oración. Si en verdad llamamos a Dios, Padre, creyendo que lo es, tendremos la absoluta certeza de que no nos dará piedra por pan ni escorpión por huevo, esperaremos confiados Su amorosa respuesta, con la seguridad de que un padre quiere siempre lo mejor para sus hijos.

Esta imagen de Dios, Padre y de Jesús, Hermano, la comprendí en su totalidad cuando viví la experiencia del Cursillo de Cristiandad. A partir de ahí, nunca más me he sentido sola, pido y recibo, busco y encuentro, llamo y se abren los caminos; pero esto siempre consciente de que recibiré y encontraré de parte de mi Padre lo que en verdad me conviene, lo que no me pueda dañar y sobre todo, en su justo momento.

¿Qué te parece si a partir de ahora oramos como nos enseñó Jesús? Estoy segura de que si lo hacemos, podremos tocar la misericordia de Dios y cantar como el salmista en la Eucaristía de hoy… “Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste”.

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