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DOS MINUTOS

Dos hombres humildes

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Luis García DubusSanto Domingo

Lucas 7, 1-10

He recibido la gracia de ser amigo de muchas personas humildes. Pero en este momento me viene a la mente uno en particular. Él es el más alto ejecutivo de una empresa internacional. Sus iniciales son H.P.M.

Cuando lo conocí, me llamó la atención su notable éxito como persona y como líder, y le pregunté cuál era su secreto.

Su respuesta me sorprendió.

¿Le interesa a usted saberla?

Me contó que su madre le había recomendado desde muy pequeño que ante todo fuera siempre humilde, y, habiendo seguido su consejo, él atribuía su éxito principalmente a esto.

- “¡Caramba!, exclamé, y, ¿qué entiendes tú por humildad?”

- “Un hombre humilde”, contestó él, “no cree que tiene todas las respuestas, y en consecuencia, está siempre dispuesto a escuchar la opinión de los demás”.

- “Por otra parte, actuar con humildad significa respetar a todo el mundo, incluso al más pequeño, y en consecuencia nunca imponer sus ideas con prepotencia”.

- “Por último”, me dijo, “un hombre humilde está siempre dispuesto a servir a los demás atendiendo sus necesidades en la medida en que le es posible”.

Cuando este Señor ejecutivo vaya a misa este domingo se va a encontrar con una narración acerca del Señor de todos los señores, que le va a confirmar plenamente su convicción acerca del valor de la humildad (Lucas 7, 1-10).

El Señor estaba entrando en una ciudad (seguramente con unos planes bien definidos acerca de lo que iba a hacer en ella) cuando lo interrumpen y le piden que vaya a ayudar a un sirviente de un capitán que estaba sufriendo mucho.

Su respuesta no fue: “Lo lamento, estoy muy ocupado, hable con mi secretaria, y pídale una cita”.

Su respuesta fue: “Yo iré y le curaré”. Y enseguida desvió su camino, cambió sus planes, y se dirigió a la casa del capitán.

Pero en el camino sucedió algo más. El capitán pensó que Jesús le iba a hacer un honor demasiado grande al ir a su casa, y le dijo una frase llena de humildad que usted seguramente conoce:

“Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero con una palabra tuya se curará mi sirviente”.

Y el Señor cambia de planes otra vez. Luego de dar un gran reconocimiento a la fe de aquel capitán, desvía nuevamente su camino y no llega a la casa.

La humildad del capitán es tan evidente como su fe. Pero me llama la atención aún más la humildad del Señor.

El ESCUCHA los deseos del capitán, lo admiró por su fe, y estuvo dispuesto a servir a un sirviente.

La madre de mi amigo el ejecutivo tenía razón: la humildad es una actitud excepcional. Parece como si sólo la poseyeran los verdaderamente grandes.

En contraposición está la actitud del soberbio. Este último produce un natural rechazo de parte de todo el mundo, hasta de Dios. En efecto:

“DIOS ENFRENTA A LOS SOBERBIOS”.

(1ra. de Pedro 5,6)

Quien está dispuesto a escuchar, muestra respeto, y sirve a quien puede, recibe en cambio simpatía y apoyo de parte de Dios y de la gente. La razón es que:

Los auténticos líderes, como el Señor, saben escuchar, admirar y servir.

Usted y yo, que tenemos oídos para oír, oigamos.

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