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DOS MINUTOS

Descubra a su amigo interior

Todo ser humano, sea hombre o mujer, joven o viejo, sin importar su cultura ni escolaridad, tiene una voz interior de gran sabiduría, y esa voz es un amigo incondicional, a quien cualquier persona puede aprender a escuchar.

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Luis García DubusSanto Domingo

“Antes de montarme en el carro para salir un fin de semana de vacaciones con mi familia”, dijo R.T., hombre de temperamento violento e irascible, “le pregunté al Amigo: ¿llevo la pistola, o no...?”

“Me detuve en silencio un instante, y me pareció escuchar que me decía: ‘¿Y para qué? Déjala bien escondida y vete tranquilo con tu esposa y tus hijos”.

“Así lo hice, y me sentí bien. Pero luego, en el viaje de regreso, me encolericé con un camionero que no me abría paso, lamenté no tener la pistola para bajarme del carro y apuntarlo”

“Entonces recurrí al Amigo nuevamente y lo increpé: ‘¿Para qué me dijiste que dejara la pistola? ¡Mira ahora como he tenido que aguantar a este estúpido insolente!”

“Y nuevamente me pareció escuchar la voz del Amigo diciéndome: ‘Mira a tu esposa tranquila y a tus hijos durmiendo plácidamente en el asiento trasero... ¿acaso no es mejor así?’ Y continué mi viaje hacia la capital alegrándome de haber seguido el sabio consejo del Amigo”.

Este relato fue hecho por R.T. frente a todos los demás integrantes del curso que estaba tomando conmigo.

Durante muchos años, he propuesto a más de 1,500 personas, participantes en grupos diferentes, que aprendieran a escuchar la voz de un amigo interior que habla en el silencio, con gran sabiduría, cuando uno se lo pide. Me he referido solo a un caso de los cientos de reportes, verbales y por escrito, que he tenido el privilegio de recibir.

De todas estas experiencias, he sacado la siguiente conclusión: todo ser humano, sea hombre o mujer, joven o viejo, sin importar su cultura ni escolaridad, tiene una voz interior de gran sabiduría, y esa voz es un amigo incondicional, a quien cualquier persona puede aprender a escuchar.

Fíjese que hasta ahora me he referido a cualquier persona, tengan o no fe, sea cual sea su fe. Ahora, nosotros los cristianos ¿cómo entendemos esto?

¡Podemos percibir dentro de nosotros la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida ordinaria!

La pregunta de hoy ¿Cómo lograr percibir esa presencia?

En el Padre, usted y yo podemos descansar. Él es roca firme, misericordia entrañable, el que nos reconcilia con nuestra libertad y nuestros constantes fallos, con nuestra autonomía y con nuestros errores, con nuestras posibilidades y con nuestras limitaciones. Él nos repite continuamente: “Yo te amo, mi hijo. Tus miserias son el trono de mi misericordia, ¡cuenta conmigo en todo momento!”

Con Jesús, el Hijo, vivimos nuestro proceso, similar al de él, de irnos convirtiendo en personas adultas entregadas, confiadas y totalmente a la voluntad del Padre.

El Espíritu Santo nos va dando ojos para ver la acción del Padre en nuestro diario vivir, y oídos para escuchar la palabra del Hijo. Nunca habla de sí mismo, pero podemos contar con él en cualquier momento para crecer en sabiduría, en fortaleza, en paz, en alegría y en amor... ¡Crecer en madurez y en felicidad!

Él es su amigo interior sutil, bondadoso, firme, seguro, sereno, que usted puede aprender a escuchar solo pidiéndole que lo conduzca, y haciendo silencio.

“Él es el mentor de la sabiduría y quien marca el camino a los sabios... Pues Dios ama solo a quien convive con la sabiduría”. (Sab. 7,15-30) y el Salmo 24 afirma: “El Señor dirige el camino de los humildes”.

Ojalá usted y yo decidiéramos gobernar nuestra vida según esa palabra, ese susurro, esa amorosa voz del amigo.

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