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DOS MINUTOS

Más que una madre

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Luis García DubusSanto Domingo

-“¿A quién quiere usted ver?

Preguntó el guardián del recinto carcelario a una señora vestida de negro que traía un pequeño paquete.

-“A Juan Pérez”, contestó

ella, humildemente.

-“¡Ese es el peor criminal que tenemos aquí!” exclamó el carcelero con un tono que expresaba desprecio y odio, y añadió: “Ni siquiera los otros presos quieren saber de él.”

-La mujer lo miró fijamente antes de hablar. Luego sólo expresó: “Pero es mi hijo”.

La verdad es que quien, como “Juan Pérez”, tiene viva a su madre, tiene un tesoro humanamente incomparable. Muy difícilmente encontrará en la vida un amor más confiable que ese.

Y sin embargo, siendo el amor de una madre lo más grande, y lo más fiel que existe en este mundo, hay otro amor que lo supera.

Es a esto que se refiere Dios cuando nos dice por boca de Isaías:

“¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, Yo no te olvidaré”.

Es una tremenda promesa de amor, indudablemente. Decirme a mí “yo te quiero más que lo que tu mamá te quiso”, es impresionante.

El evangelio de la misa de hoy, tiene una promesa todavía mayor. Escuche: “Mis ovejas obedecen a mi voz, yo las conozco y ellas me siguen; yo les doy vida eterna y no se perderán jamás, nadie me las arrancará de la mano”.

El Señor dice hoy que Él lo conoce a usted personalmente, particularmente, íntimamente, incluso mejor de lo que usted se conoce a sí mismo.

Y también dice que Él está pendiente de usted, amigo. Más pendiente que lo que podría estar su propia madre.

Mucha gente no entiende estas cosas. La razón es que no conocen al Señor.

Él dice que Él es un pastor.

Y un pastor es un amigo que protege y que conduce.

Protege de modo que ningún “lobo” pueda hacerle daño, y conduce de tal manera que si usted sigue su voz; todo le saldrá bien ¿Qué le parece?

La pregunta de hoy ¿cómo se consigue tener este amigo como pastor?

Esto es algo que no hay que ganarse, sólo hay que aceptarlo. Él se lo está ofreciendo a usted en este mismo momento, sólo tiene que aceptarlo y abandonarse en sus brazos.

O dígame una cosa: ¿Usted cree que leer este artículo fue sólo idea suya? ¿Usted cree que el impulso de hacerlo partió de usted?

Piénselo y verá que usted fue movido a leer esto. Y usted no se resistió, y lo leyó. ¿No fue así?

Eso es lo que significa abandonarse: dejarse conducir, pues la razón es que el Señor quería reiterarle su oferta de amistad particular, de protección, y de guía interior.

Usted sólo tiene que aceptarlo y abandonarse alegremente.

Ser ovejas de Cristo es un misterioso don del Padre, y una respuesta libre del hombre que se hace como niño cuya actitud es de alegre abandono y gratitud.

“Sólo los que se hacen como niños entrarán en el Reino de los cielos”.

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