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DOS MINUTOS

Levanta el corazón

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Luis García DubusSanto Domingo

En 1934 el almirante Richard Bird pasó cinco meses en un pequeño refugio del polo sur, sepultado bajo una capa de hielo.

Totalmente solo, llegó a perder todas las esperanzas de sobrevivir. Podemos saber, sin embargo, qué lo salvó. En su libro “Alone” (Solo), nos cuenta que un día, pensando en el orden del universo, le fue revelada una gran verdad: Existe un Dios que todo lo ordena y todo lo cuida.

Luego, en su diario, escribió la conclusión a que había llegado a través de aquella meditación: no estoy solo.

Una vez rescatado, declaró: “Sé que esto fue lo que me sacó adelante. Pocos hombres utilizan todos los recursos que hay dentro de ellos. Para mí constituyó una profunda fuente de energía el saber que no estaba solo, que Dios estaba pendiente de mí”. La conciencia de la compañía de Dios lo salvó.

Recuerdo una ocasión de mi vida en que me pasó algo parecido. No estaba sepultado bajo una capa de hielo, pero sí agobiado por un manto de problemas.

En medio de la incertidumbre acudí a Dios, y me pareció oírlo diciéndome: “Disponte tú a poner el trabajo, que yo pongo las ideas”.

Aquella frase me dio confianza y ánimo. Y resultó. A medida que iba esforzándome, recibía nuevas ideas. Con sus ideas y mi trabajo, pude enfrentar con éxito todos los problemas uno tras otro.

En el evangelio de hoy, verá usted al Señor haciendo lo mismo: dando ideas.

“El señor le dijo a Simón: -Remen mar adentro y echen las redes para pescar.

Simón contestó: -Maestro, nos hemos pasado toda la noche esforzándonos y no hemos sacado nada, pero, si tú lo dices, echaré las redes. Así lo hicieron, y atraparon tal cantidad de peces, que reventaba la red...” (Lucas 5, 4-6).

Otra vez lo mismo, el Señor puso la idea y Pedro el trabajo. El resultado fue estupendo, había tantos peces que ellos “estaban asombrados” (Lucas 5,9).

Creo que todo milagro es el resultado de un trabajo en cooperación.

Cooperación entre la sabiduría de Dios y la docilidad del hombre.

En cada misa hay un momento en el que el sacerdote dice: “Levantemos el corazón”. Y la gente responde: “Lo tenemos levantado hacia el Señor”.

Esa es la clave. No un corazón abatido, sino un corazón levantado; no un corazón sumido en la oscuridad de nuestros problemas, sino animado por la luz que produce la confianza en Dios.

Entonces oiremos su voz: “No estás solo... Disponte tú a poner el trabajo, que yo pongo las ideas... Rema mar adentro”.

La pregunta de hoy ¿Cómo logro yo que Dios me dé ideas a mí?

Esas ideas llegan a nosotros cuando permanecemos quietos y tranquilos durante un cierto tiempo en la presencia del Maestro. Vienen suavemente, como un rocío.

Espere en silencio hasta que se empape de este rocío. Entonces sabrá qué hacer y tendrá ánimo para ponerlo en práctica.

Dice el filósofo Gabriel Marcel, ganador del Premio Erasmus, que a Dios se le escucha “cuando el hombre haya logrado establecer la calma en su interior”.

Y dice el almirante Bird que usted no está solo.

La calma se logra en silencio y en soledad. Dios estará allí. Sólo tendrá usted que esperar su susurroÖ con calma. Él le dirá qué hacer. Sólo tiene que escuchar primero.

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