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Crucificar las personalidades

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Lesbia Gómez SueroSanto Domingo

“Yo soy el camino, la verdad y la vida... Nadie viene al Padre, sino es a través de mí”.

Jesús el Amor es “Yo soy” el camino más expedito para que el ser se realice en su tránsito o camino a Dios. “Angosto es el camino que lleva a la salvación y a Dios”. Con mucho peso y reflexión hablaba Jesús al hombre; cuando le anunciaba que debía despojarse del atávico equipaje, en donde acumula fatiga por los deseos y apegos; prejuicios, miedos e ignorancia de sí mismo. Jesús nos estimula a ganarle la batalla al mundo.

Y consciente de ello insiste en que desarrollemos el amor, y a través de Él conquistarlo. Nos dice además, que todos los pesares, dolores y sufrimientos son nuestras creaciones, que se originan por la carga de los pensamientos negativos, con asidero en una mente indocta. Estos mismos pensamientos son los que califican los sentimientos con falta de amor y de fe. Ignorando con ello que Dios es un Padre de amor, de perdón, y más aún, que no castiga, que solo quiere que sus hijos sean felices.

El amor en Jesús irrumpe en la Tierra con tal fuerza que es capaz de erradicar de su suelo la maldad; y en el hombre, lavar los estigmas del sufrimiento y muerte que se derivan de las causas generadas por el error.

Las que se sustentan también, por los pensamientos y sentimientos negativos que emite el hombre sin control ni observación, haciéndolo víctima de sus efectos.

No obstante a todo esto, Jesús por amor y voluntad se encarnó en el mundo, para absorber el dolor que se imprime con pobreza al cuerpo del hombre.

De igual manera, esta pobreza e ignorancia inunda con sufrimiento al alma, que la hace debatir en culpa y castigo. Con una prédica de amor y perdón, preparó el escenario propicio con su vida, para que el hombre conociera al verdadero Dios, un Dios de Amor, ¡Único! Concurrió Jesús en una apoteósica misión salvadora, y para ello permitió que lo aprehendieran, flagelaran y crucificaran; para que a través del plasma de su sangre y agua vertida en la Tierra, brotara el germen crístico, y con ello sanar al mundo de la cruenta enfermedad, que como imperio del mal, la hacía pasible a desaparecer.

Es necesario entonces: “Que el trigo muera en la tierra para poder dar su fruto” con inmensa humildad nos dice esto Jesús. Y con esta misma humildad y servicio, Él se ofrecía como víctima de expiación y holocausto. Padeció el más horrible dolor y sufrimiento por la ignorancia de los que lo acusaron injustamente, y por las laceraciones en su cuerpo.

Pero, por su inmenso amor, y su muerte en la cruz, nos libraba de la muerte eterna. Sin embargo, todo esto no puede quedar ahí, el hombre debe morir al mundo, y a sus atractivos encantos subliminales.

Por tanto, este mismo hombre deberá ascender a la montaña –el Gólgota– de realización; y crucificar las personalidades del yo inferior, para así, resucitar a la nueva criatura hecha a imagen y semejanza de Dios.

Y desenvuelto “aquello” elevar al Ser a las dimensiones del amor, donde mora el Espíritu Uno. Entonces podrá descubrir que el verdadero camino que lleva a Dios es Jesús, como maestro y guía.

Cristo el Amor... y el hombre, el peregrino, que camina seguro a la casa del Omnipresente, Omnisciente e Omnipotente Padre- Madre-Dios, la Eterna Bienaventuranza.

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