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REFLEXIÓN

Sermón de la montaña

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William Luna BradorSanto Domingo

Como nos enseña el evangelio de hoy (Mateo 5,1:12), las bienaventuranzas nos hablan en primera parte de pobreza, llanto, mansedumbre, hambre y sed de justicia, misericordia, pureza, pacificadores y persecución. También en su segunda parte nos hablan del reino de los cielos, consuelo, la tierra por heredad, saciedad, misericordia, ver a Dios, ser llamados hijos de Dios, y ser heredero del reino de los cielos.

Estas Bienaventuranzas son las nuevas leyes que deben de gobernar nuestras vidas, son un resumen de la doctrina cristiana. En pocas palabras nos describen cómo un discípulo de Cristo debe vivir en todos los aspectos de su vida.

En muchas ocasiones te has preguntado ¿qué es lo que el hombre desea y siempre está buscando? Es la felicidad, todos queremos ser felices. Muchos buscan la felicidad en cosas materiales como el dinero, en los ambientes erróneos, en cosas mundanas, realmente todos estamos equivocados, la felicidad no está en el tener, el dominar, el disfrutar, sino en algo muy diferente: la felicidad está en amar y ser amado.

La única y verdadera felicidad no está en la tierra, sino en el cielo, nuestro caminar por la vida terrenal debe estar basado en ir preparándonos para estar junto a Dios en su reino. Y Jesús nos entregó las ocho bienaventuranzas en las cuales nos enseñó cómo debe vivir el cristiano, y cómo debe comportarse para encontrar la verdadera felicidad.

Al igual que en el Cursillo de Cristiandad, donde nos enseñaron en tres días cómo vivir felices para el resto de nuestra vida, que debemos de imitar a Cristo, vivir como Cristo y oler a Cristo. Desde ese momento he aprendido a ver las situaciones que pasan por mi vida de una manera diferente y lo más importante vivirlo con fe, donde voy avanzando paso a paso mediante los actos de cada día, sostenido por la gracia del Espíritu Santo. Teniendo a Jesús como centro de mi vida.

Las bienaventuranzas son promesas que sostienen la esperanza y nos anuncian bendiciones y recompensas.

Finalizo con esta frase de San Agustín: “¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de ti”.

Y recuerda: ¡Cristo cuenta contigo!

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