SIN PAÑOS TIBIOS

El dominicano y el espacio-tiempo

La física se construye con certezas, algunas teóricas y otras prácticas, pero, mientras el tiempo avanza, la experimentación va validando o rechazando postulados. Así, de esa forma –con prueba y error– hemos construido la estructura de conocimientos sobre la cual se sostiene nuestro desarrollo, ese que nos ha permitido salir del sistema solar… sin ir más lejos.

A veces, esa fascinación de mirar hacia las estrellas nos hace olvidar la cercanía de realidades más próximas, inmediatas y cotidianas. Otras veces, nuestra soberbia tecnológica también nos hace olvidar que hubo un tiempo en que la magia (superstición) y la astronomía (matemáticas) confluían en las mismas personas -los “magoi” del Oriente Medio-, y que, por tanto, apelar a lo místico sirve también para explicar lo pedestre.

El dominicano es un mamífero particular que entre sus muchas características no solo está la de nacer donde le da la gana, o pontificar sobre cualquier tema que le plazca en modo Magister Dixit, sino que –acaso la más misteriosa de todas– posee la capacidad de desdoblar el espacio-tiempo y anular los sistemas de coordenadas y referencias que la humanidad ha construido a lo largo de milenios de aprendizaje, en ese continuo caminar que cada generación hace sobre los hombros de los gigantes que la precedieron.

Para el dominicano, los puntos cardinales no existen; ni mucho menos las referencias espaciales de un eje cartesiano de coordenadas dadas en un plano euclídeo superpuesto sobre el trazado de las calles de una ciudad, barrio o paraje. O lo que lo mismo, que es capaz de reconstruir la realidad geométrica al momento de georreferenciar un punto X del espacio-tiempo; o dicho de otra forma: que le da igual dónde estás, si al momento de pedir un taxi, el taxista te irá a buscar a donde él entiende que debes estar, en función de su interpretación personal de la realidad y su ubicación en el espacio-tiempo, y no en donde realmente te encuentras, en función de las realidades físicas anteriormente expuestas –constatables por métodos de georreferenciación básicos–, como los puntos cardinales.

Mucho antes que Einstein sintiera esa angustia existencial generada por la certeza de saber que la mecánica clásica newtoniana resultaba insuficiente para explicar ciertos fenómenos, y que tuviera que formular su Teoría General de la Relatividad, ya el dominicano prescindía de la mecánica cuántica y ubicaba un punto en el espacio en el lugar donde le diera la gana. De ahí que el taxista no pueda entender, que estás en el “lado derecho” en función del lugar en que te encuentres con relación al eje cartesiano X-Y; por lo que, si vas en dirección norte/sur, la derecha quedará en un lado, pero si transitas sur/norte, quedará en el otro.

Así las cosas, el taxista se convierte en un mago omnipotente y todo Santo Domingo en una realidad espacial que él puede desdoblar a su antojo, y no vale la pena intentar explicar la ubicación o corregirle, y a uno solo le queda cancelar el Uber y pedir otro.

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