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MIRANDO POR EL RETROVISOR

De Antonio Guzmán a la pastora de Barahona

El domingo 4 de julio de 1982 el país despertó conmocionado con la noticia de que el presidente de la República, Antonio Guzmán Fernández, se suicidó en el Palacio Nacional, cuando le restaban escasamente 43 días a su mandato que inició el 16 de agosto de 1978.

El martes pasado, precisamente cuando se conmemoraba el Día Mundial de la Prevención del Suicidio, una similar información conmocionó a residentes en la provincia Barahora, donde la pastora Enérgica Santana (Carmen) se quitó la vida dentro de la propia iglesia donde servía a sus miembros y visitantes.

El presidente Guzmán y la religiosa del sur padecían una profunda depresión, esa condición mental que ha provocado la mayoría de los 6,781 suicidios que se han registrado en el país en los últimos doce años (2007-2018) y los 284 que han ocurrido en los primeros seis meses del 2019, con una tendencia a superar por decimotercer año consecutivo la cifra de 500.

El suicidio de un presidente en ejercicio y el de una líder religiosa que insuflaba fe y optimismo a los miembros de la iglesia que pastoreaba son el mejor indicativo de que nadie, sin importar su condición social, política o económica, está exento de caer en sus garras.

En una serie de trabajos publicados en LISTÍN DIARIO con ocasión de la conmemoración de la fecha la pasada semana, especialistas de la salud mental han exhortado a hablar del suicidio sin tabúes ni vergüenza.

Alexandra Híchez, psiquiatra, y Heidy Camilo, sicóloga, coinciden en señalar que ha llegado el momento de hablar del tema de manera seria y a todos los niveles de la sociedad, en escuelas, universidades, iglesias y hasta plazas comerciales, para garantizar una prevención efectiva que detenga las alarmantes cifras de muertes por esta causa que se registran año tras año.

Y hablar con tacto. Cuando alguien sobrevive a un suicido lo último que necesita es que se le juzgue, como regularmente hacen familiares, amistades y allegados, Por esa razón los expertos también sugieren extender el proceso terapéutico a parientes de las personas con ideas suicidas o que lo han intentado en alguna ocasión.

Pero hablar del tema es insuficiente, el elevado costo de las consultas y medicamentos para tratar a pacientes con enfermedades mentales, sin cobertura de las administradoras de riesgos de salud (ARS), obliga a miles de pacientes a abandonar sus tratamientos con las consecuentes recaídas y crisis recurrentes.

Una señora que ofreció un testimonio sobre su hija víctima del suicidio relató que sólo en medicamentos gastaba alrededor de RD$8,000, una cantidad exorbitante para una persona con ingresos limitados.

El suicidio, lamentablemente, solo sensibiliza cuando toca de cerca a nuestras puertas con un familiar directo o una persona de nuestro entorno. Esa no debe ser la actitud de una sociedad que en su Constitución tiene como principio cardinal la inviolabilidad de la vida, aunque en este caso sea el acto voluntario de una persona que pone fin a su existencia.

Y con respecto a las autoridades del sector salud, aunque se reconocen los avances alcanzados en esta área, el llamado es a no bajar la guardia y multiplicar los esfuerzos.

Puerto Rico, con un promedio de suicidios más bajo que República Dominicana, ha asumido la problemática como una epidemia y tiene incluso la Ley 227 para la “Implantación de la Política Pública en Prevención de Suicidio”.

La isla ha logrado sensibilizar e involucrar a otros sectores, fuera del sector salud, para que aporten en la prevención, tal y como sugiere la Organización Mundial de la Salud (OMS), de que se aborde el suicidio de manera multisectorial e integral.

No ignoremos las señales de una persona con pensamientos e ideas suicidas. No sigamos tan indiferentes al drama que viven miles de personas angustiadas y sin las herramientas para manejar la depresión, la ansiedad y otros estresores de la vida.

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