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La iglesia: “Una, santa, Católica y apostólica”

El hecho de que la versión oficial en latín de su Catecismo, publicada en 1997, proclame que la Iglesia es “una, santa, católica y apostólica” no implica que dicha santidad es óbice para que quienes la componen caigan ante las tentaciones, víctimas de su naturaleza humana. Nada más falso. En su art. 824 ese Catecismo aclara que dicha santidad deviene de la santidad de Cristo [... el hijo de Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu Santo, se proclama “el solo santo”...]. Por tanto, quienes quieran atacar la iglesia tendenciosamente deberán estar claros en que esa santidad de la Iglesia no constituye, en modo alguno, la exclusión de comportamiento pecaminoso por parte de los seres humanos que la gestionan. La Iglesia no es el cielo, solo se ofrece como una vía para llegar a él.

No hace falta haber hecho profesión de fe para entender que la Iglesia tampoco está compuesta por dioses; que está compuesta por seres humanos, con una formación familiar ajena a esa institución, que llegan a ella con una personalidad definida en términos de gustos y preferencias -sobre todo cuando de sexo se trata- y no hay un aparato especial que permita descubrir esas preferencias ni mucho menos las tendencias hacia el delito de un ser humano.

Quizás tengamos que convenir, con independencia del asco y repudio que provocan los abusos contra menores, que este tema está definido por variables que se pueden verificar -como efectivamente se verifican- tanto en una iglesia Católica como una protestante, en una institución militar como en una civil, en una sociedad como en otra.

¿De qué factores dependerá entonces su mitigación o control satisfactorio? Obvio que de dos: primero, de una adecuada prevención y persecución del delito, y segundo, de un cambio de enfoque -no solo por parte de la Iglesia, sino del mundo entero- acerca de la sexualidad.

A Michel Foucault se debe la tesis de que “la represión es el modo fundamental en que se desarrolla la relación entre poder, saber y sexualidad” (Cfr. La historia de la sexualidad; volumen 1, pág. 9); y aunque la represión ya había sido evidenciada por Freud, entre otros, creo que Foucault es quien le da un tratamiento más abarcador.

Pienso, asumiendo la teoría de Foucault, que reprimir la sexualidad hace que ella se piense, se confiese y se practique en las penumbras; también pienso que las penumbras no son buen lugar para el ejercicio no abusivo de la sexualidad, que más bien promueven su práctica dañosa, por cuanto ellas no facilitan el control adecuado de las acciones humanas.

Tal vez sea tiempo de que todos, Iglesia y sociedad, revisemos nuestro enfoque sobre la sexualidad. Sé que nuestra Iglesia lo hará. Si en su momento fue capaz de hacer síntesis entre la fe y la razón, entre teología y filosofía; si asumió el heliocentrismo, confío en que también podrá hacer la dialéctica que reclama este tema.

El autor es abogado y politólogo.

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