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FE Y ACONTECER

“Mujer, ¡qué grande es tu fe!”

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Cardenal Nicolás De Jesús López RodríguezSanto Domingo

XX Domingo del Tiempo Ordinario 20 de agosto de 2017 - Ciclo A

a) Del libro del Profeta Isaías 56, 1.6-7.

Los últimos diez capítulos (56-66) son la tercera parte del Libro de Isaías, algunos lo llaman el Tritoisaías (tercer Isaías). Los judíos han vuelto de Babilonia. Una comunidad pobre trata de organizarse y solucionar los problemas de toda clase, ya que durante los setenta años del destierro otros han ocupado su lugar. Esa comunidad nacida del exilio consolida las bases de su nueva existencia: el templo, el culto, el sábado, la ley. Es la manera de revivir la antigua Alianza. Pero hay una gran novedad, el universalismo de la salvación: “a los extranjeros que se han dado al Señor para servirloÖ que guardan el sábado sin profanarlo y perseveran en mi alianzaÖ los alegraré en mi casa de oración, aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios; porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos”.

De esta manera los extranjeros son ahora igualmente justificados, podrán servir a Yahvé en el templo, si guardan el sábado y forman parte de la Alianza adhiriéndose firmemente a ella. La razón que se da de este universalismo cúltico y salvífico es “porque mi casa será llamada casa de oración”, pasaje que será citado por Jesús cuando expulse a los mercaderes del templo o sea a quienes se encontraban allí no para orar y luego identificará esta casa con su propia persona. Ir a la casa de Dios, casa de oración, arquitectónicamente visible como signo de interioridad, de fe y de unidad, es unirnos cada día más vivencialmente al Cristo total, que es la Iglesia, de manera especial en sus miembros más necesitados.

b) De la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 11, 13-15.29-32.

En este texto San Pablo deja claro que ni antes los judíos ni ahora los paganos pueden recurrir a su situación religiosa para creerse privilegiados. Dios no está obligado a ningún pueblo, a ninguna civilización, a ninguna dinastía, a ningún sistema político. Dios para aparecerse a los hombres, puede utilizar cualquier medio. Este apóstol lleva el mensaje de la salvación tanto a los judíos como a los gentiles, Dios no tiene distinción ni acepción de personas, Él es misericordioso. Es amor y nos ama, su misericordia es eterna.

c) Del Evangelio de San Mateo 15,21-28.

El pasado domingo Jesús reprochaba a Pedro: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?” y en esta semana, por el contrario, Jesús alaba la fe de una mujer cananea, (del territorio de Tiro y Sidón, hoy Líbano), “¡Qué grande es tu fe!”. Cuando ella salió al encuentro de Jesús y le gritó: “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo”. Curiosamente Jesús no le respondió nada y los discípulos intervienen a favor de la mujer: “Atiéndela que viene detrás gritando”. La respuesta de Jesús fue radical y hasta excluyente: “Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”, pero la mujer insiste, postrándose ante Jesús: “Señor, socórreme”. Jesús contesta con un proverbio común de entonces: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”. Obviamente los hijos son los judíos. La mujer no se da por vencida: “Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”.

Hasta aquí llegó la aparente resistencia de Jesús que concluye: “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”. Y San Mateo añade: “En aquel momento quedó curada su hija”. Es decir, la curación se opera a distancia, como en el caso del centurión romano de Cafarnaúm. No hay duda de que esta mujer le arranca el milagro a Jesús en base a su fe y su insistencia, es el mensaje bíblico teológico y la cuestión de fondo en este pasaje es la universalidad de la salvación de Dios para el hombre. En este texto se evidencia que las condiciones para pertenecer al nuevo Pueblo de Dios, no se basan ni en la sangre, ni en la raza, ni en la nación, ni la cultura, el sexo ni la situación social (como afirmó San Pablo en Gálatas 3, 28 y en Colosenses 3, 11), sino que la única condición requerida y que no resulta discriminatoria es la fe en Cristo Salvador, el Hijo de Dios.

Aunque Jesús declara que no ha sido enviado más que a los judíos y se lo recuerda a la mujer cananea, por el desenlace del episodio se ve claro que Jesús no rechazó la fe dondequiera que la encontraba. De esa actitud de Jesús partió la apertura “católica” (universal) de la Iglesia misionera, desde los comienzos hasta nuestros días, “porque Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim. 2, 4). Al escribir su evangelio Mateo piensa en los cristianos provenientes del judaísmo y en el relato de la cananea (aunque no sólo por ese motivo) da una explicación de la admisión de los paganos en la Iglesia. Los gentiles heredan también las promesas mesiánicas de salvación, viniendo a ocupar los puestos que por su ciega obstinación dejan los primeros invitados, los judíos, como se apunta en la parábola del banquete nupcial. Desde siempre se ha visto en la mujer cananea un modelo acabado de fe y oración unidas, es decir, de fe suplicante. Su fe aparece con un fuerte relieve personal: fe centrada en la persona de Jesús a quien reconoce como Mesías, fe que sale al encuentro del Señor, fe dinámica y orientada a la liberación del prójimo, en este caso su hija. Por otra parte, su oración reúne las condiciones que Jesús quiso para la misma: fe, confianza y perseverancia sin desmayo. La grandeza de su fe suplicante radica en su actitud personal, como lo reconoce Jesús, pues se abre con pobreza de espíritu a la voluntad de Dios, a la primacía de su Reino y de su justicia ante todo, y simultáneamente al bien del otro.

Fe y oración van, y deben ir, unidas en nuestra vida, por un lado la FE es la actitud básica del creyente, la condición constitutiva e indispensable, lo primero de todo, según Jesús, y la ORACI”N, a su vez, evidencia la presencia y vitalidad de la fe en el diálogo del hombre con Dios. La base para una buena oración es una fe madura que no entiende la oración como búsqueda egoísta de los favores de Dios, sino que debe ser fruto de una fe adulta y de un amor desinteresado. La crisis actual de fe y de oración se debe a la carencia de respuestas válidas para los problemas nuevos. Hoy necesitamos la respuesta de la Escritura sobre Dios y la persona de Jesucristo. Una fe madura requiere una catequesis, una evangelización y una conversión continuas que sustituyan la ignorancia, el miedo al castigo y en definitiva, el desconocimiento de Jesucristo y su mensaje.

Fuente: Luis Alonso Schˆkel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.

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