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FUNDACIÓN SALESIANA DON BOSCO

Dime cómo hablas y te diré quién eres

Para conocer a alguien basta permitirle que hable. Hay personas a las cuales es un placer escucharlas; otras dan pena, porque manifiestan al hablar un inmenso vacío interior. Decían los latinos: “De la abundancia del corazón, habla la boca” (“Ex abundantia cordis os loquitur”).

Ni los niños se salvan; a veces para conocer el significado de cualquiera vulgaridad, se puede recurrir a ellos: se las saben todas. Todavía no han soltado el biberón y las primeras palabras que aprenden están repletas de una carga prosaica deprimente, recibiendo el aplauso de padres y familiares.

Las mismas familias, santuarios de amor, confrontan peleas, gritos y momentos de relaciones desagradables, echando de lado las expresiones de cariño.

¿Qué decir de los chismes? A nadie le gustan, pero a todos entretienen; y se hacen lucrativos, cuando se los lleva a los medios de comunicación.

Hay lenguas que parecen tijeras bien afiladas, preparadas para descuartizar a todo el que encuentren por delante, menos a sí mismos. Personas que saben todo de todos, aunque parecen ignorar de sí mismas hasta sus más grandes defectos.

Más lamentable es cuando el chisme se convierte en calumnia; cuando se dice de los demás lo que, además de ir en detrimento de su integridad moral y buena fama, es una falsa acusación.

Y, ¿Qué decir entonces de la mentira? El mentiroso convierte su lengua en un arma que destruye la armonía y la confianza. La mentira es una mercancía que encuentra muchos clientes. Con frecuencia los niños y las niñas aprenden el arte de mentir desde el seno de sus madres.

Los intereses económicos, políticos y sociales hacen de la mentira su arma más frecuente, sobre todo cuando se tiene como norma moral el principio maquiavélico que considera que el fin justifica los medios.

El adicto a la mentira llega al extremo de creerse sus propias mentiras. Los demás, por su parte, apenas podrán discernir cuándo dice verdad o mentira.

El apóstol Santiago compara la lengua al timón que, a pesar de su pequeñez, es capaz de dirigir el barco, por grande que sea. Así es también la lengua; pequeña, pero con una fuerza extraordinaria. Santiago añade que todas las fieras han podido ser domadas por los seres humanos, pero no así la lengua. De la misma boca pueden proceder entonces la bendición y la maldición.

La lengua es el espejo por donde la persona se refleja. Muchas veces ese espejo está enturbiado por la vulgaridad, las palabras agresivas, la mentira y la calumnia.

La boca habla de lo que tiene el corazón, de manera que, con toda certeza, se puede decir: dime cómo hablas y te diré quién eres.

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