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EL CORRER DE LOS DIAS

Abracadabras, memorias de un aprendizaje

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MARCIO VELOZ MAGGIOLOSanto Domingo

Eras el principal norte de un sur con alfombra capaz de abrirse paso. Volandera, en los cerros sabían que al fin serías flor y brisa crecidas junto a Cronos y Sísifo, marcas del movimiento, la restricción del trueno y del permiso. Arañas tejedoras que deseaban imitar las alfombras.

Eras la sombra del reloj solar desparramada en miles de minutos cuando morían las noches en las “casas reales”, tiempo de pinceladas, y paisajes perdidos en los charcos sin siquiera mojarse, sin sentir su espumaje. Gausachas contando estrellas y Yoryi despejando lo rural de sus sueños. Copia de almendros, pertinaz secreto del brillo asaz pulido y amarillo de otoños: carne que fue esplendor, amapolada.

Aladino te guía desde una infancia adjunta a pasos presurosos. Veremos su escondite, la promesa pendiente. Caminos donde el piano era un aprendizaje y la flauta traversa un ruiseñor herido. Quizás eras clepsidra donde la arena se eterniza en suave movimiento parecido al amor. Un ida y vuelta en tiempo aprisionado. Sombra de lo interior, grave murmullo de costeros percances, de naufragios en serie, de amarras en los palos mayores del ensueño, letras de tierra firme, sin cortapisas húmedas, sin cadenas esclavas, sin anclas relucientes de piratas añejos y cimitarras verdes y miradas barbadas donde hímnicas raíces sustraen la muerte a su destino hirsuto, y con Valerio y su caja de cigarrillos Cremas, pienso que “rebaño de luz” fue tu palabra, que aún “rebaño de amorÖ” sigue siendo tu voz.

“Sine qua non”. Eras tan principal como el cocuyo de caoba milenaria y soledad silvestre, luz electromagnética apresada, alborada electrónica de brillos imitables, luz plena irrefutable, sofocación de agosto, canícula de cielo derretido, azabache de “a veces”, trompeta de mil ángeles ególatras amantes, flotantes, preteridos, vestigios del pasado, saludadores, peregrinado con su luz a tientas, deglutiendo caléndulas, y lotos perfumados con melodías airadas, despenumbrando angostos cementerios con sombra de cipreses aplastadas, donde los madrugados fantasmas olvidaron su acta de nacimiento, su inexistencia a cuestas viviendo a flor de barrio todavía, tragos, copas de ron a “petacazos limpios” con Jacas de recuerdo, y juguetes de infancia. (¡Dame un trago!).

El rescoldo, el resoplido azul de las ballenas repletas de pesado rocío, y del pasado hastío de marismas que abonan su memoria vistos desde la playa; mansedumbre y ternura que persiste hecha requiebro donde nace tu voz, como en diciembre, mes de conformidad cuajando siglos de una milagrería de nuevo cuño.

La virgen del perdón en postalitas viajando con choferes de La Línea que la adoran, donde, al través te miro, con cristales opacos, sin temporalidad de amargo llanto, de acerbo fallecer ínsito él mismo, pleonasma del pleonasmo, repentina canción iterativa, polen de alguna flor repetidosa, promisor monosílabo con fruto al fondo, en lejana canción de primavera que esperamos creyendo en las tarántulas. Cataplasma de absurdos materiales.

Vida de tierra adentro, de cavernas sin término, florecientes antónimos que justifican haber sido creados sin mandatos, donde testigos mil escarabajos presenciaron tu voz, y donde naufragaron las estancias del tiempo antes planeadas, luminarias pretéritas, cadáveres del brillo, fragmentación de las cristalerías y las confrontaciones, vestigio de la luz, y la cruel dulcedumbre, -guayaba agujereada por nuevos habitantes esperando gusanos (futuras mariposas) y en aguardo perenne de otras frutas,--- manzanas sin invierno de bíblica ponzoña.

Eras la principal, sur desde todo norte, hilachada pasión hecha de nudos, travesuras con solución de muerte transitoria.

Texto tejido en sanscrito, Vedanta, Gita en voz de Milarepa recitando sus versos, renuevo de tu risa. Grito de la gangorra, cordelería sutil y araña que te ofrenda su tela primigenia, inventora inicial de transparencias y de impermeable brillo, de alfombra imaginaria donde flotan innatos corazones, sólo ellos. . .

Prehistoria del tejido, proto-historia del vuelo.

Aladino, Señor de abracadabras, nos lleva a su caverna, miramos sus arañas, sus alfombras, tesoros: su secreto son voces, y encontramos la tuya salida de encrespado nidal que en mil noches promete, desenrollando historias, volvernos a observar tal como fuimos. Impronta refulgente. Papiro que al cerrarse nos abrace.

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