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TSE, mi opinión al desgaire

La escogencia de los nuevos titulares del Tribunal Superior Electoral y de algunos miembros para ocupar vacantes de la Suprema Corte de Justicia, por el Consejo Nacional de la Magistratura, constituye en sentido general, un paso importante en la institucionalización final de estos organismos superiores del Estado. Intentar despojar a este escogimiento de la sensatez y el buen juicio que finalmente primó, constituye un desatino de enfoque. Siempre es posible hacer selecciones con mayor rigor, pero no siempre se logra alcanzar un consenso posible que restaure determinados niveles de confianza en la ciudadanía. La lectura estrictamente política del proceso público mediante el cual se seleccionaron los honorables jueces, puede afectarse por las limitantes de la pasión y la unilateralidad del criterio cuestionador. La presión social, la voz de organizaciones e instituciones de la sociedad civil, estamentos jerárquicos del propio Estado, las voces coincidentes de grupos, sectores y partidos, habían logrado concertar con peso institucional una demanda que hubo de tocar los despachos del poder político de la nación. No me compete analizar las buenas o las compelidas decisiones, que motorizaron el interés de fuerzas, que hasta ahora han perpetuado la orientación oficialista de las Altas Cortes. Todo desplazamiento de opinión está dictado por imperiosas necesidades coyunturales. La ciencia política no puede concebirse sin estudiar los agravantes y permutas de contextos que operan en la lucha por el poder. Lo que hoy es conveniente en ese lenguaje pragmático, no necesariamente lo será mañana. Una ley implacable del desarrollo histórico de las contradicciones puntualiza este aserto. Los partidos pueden y deben aspirar a definir sus programas, los lineamientos generales de sus ofertas de gobierno, pero no pueden obviar en el ejercicio del poder político, las múltiples acechanzas, la obliteración de promesas, las alternancias del campo hegemónico internacional, la gravitación de fenómenos imprevistos que condicionan el accionar ejecutante gubernamental y opositor. No es que el poder que se ejerce se vuelve malo o bueno en una determinada coyuntura, se trata de que el peso gravitante de factores diversos, puede reconducir provisionalmente a rectificaciones coincidentes con reclamos y demandas de la nación, y no hubo dudas en el sentido de que el emplazamiento más urgido lo fue la no permanencia de ninguno de los jueces del TSE ni de sus suplentes, de la misma manera que el clamor nacional por la asignación del cuatro por ciento del PIB a Educación, terminó coronándose con la voluntad política del poder.

El profesor Juan Bosch al juramentarse como presidente, expuso en una frase la tesis motivacional de su gobierno, mientras gobernara en el país no perecería la libertad. Pudo no cumplir en apenas siete meses con todas las expectativas creadas por su discurso progresista y esperanzador para las clases desposeídas, pero ha pasado a la historia con el aura limpia del decoro y el respeto por la libertad, como un prócer nacional. Antonio Guzmán que encarnó “valores de ilusión” que abrieron el camino de la democracia, abrió las cárceles del país para que salieran libres los presos políticos, derribó las barreras que impedían el regreso de los exilados, y desmanteló la feroz estructura de los mandos militares políticos. La historia hará constar esa hazaña para las generaciones del porvenir. El coronel Francisco Alberto Caamaño, empuñó la dignidad de la patria entera en un instante, en el cual las personalidades y los tribunos desaparecieron en la ciudad bajo el plomo de las armas y la invasión extranjera. No importa lo que haya hecho o dejado de hacer Caamaño, antes o después. La historia abrió sus puertas para que este caballero de la espada y el valor patriótico, entrara a su morada inmortal como uno grande entre los grandes héroes nacionales. Pero estos fueron accidentes históricos apremiantes de trascendencias perpetuas, que están más allá del día a día de la agenda nacional. Desbordando su propia encerrona política, la escogencia de los miembros del TSE, satisfizo un clamor generalizado, cedió ante un ejercicio de democracia ciudadana que llegó a persuadir con presencia heterogénea de pueblo, la necesidad de una señal implícita del poder del Estado, en el camino de un cambio en nuestro sistema jurídico político.

Entiendo que pudieron ser otros los miembros del Tribunal Superior Electoral, entiendo que algunos de los escogidos pudiesen haber tenido simpatías con el oficialismo, situación inevitable en un país donde el Estado es la fuente casi absoluta de toda emanación, beneficio u oportunidad de ascensos, logros, empleos. Pero conozco casi a todos los seleccionados y creo firmemente en su honestidad, en su incapacidad medular de hacer lo mal hecho, de dejarse arrastrar a decisiones políticas espurias ni estar sujetos a presiones gubernamentales o partidarias. El nuevo presidente del TSE, magistrado Román Jáquez Liranzo, es un distinguido abogado y profesor, que honra el Tribunal Superior Electoral, comprometido únicamente con el apego a las leyes y al sentido de justicia plena. No es ni por asomo, turiferario ni funcionario pusilánime de intereses ajenos al buen funcionamiento de ese Tribunal, llamado a jugar roles estelares en el proceso institucional electoral. El país ha estado mandando señales que deben identificar la consolidación de nuestra democracia. El presidente Danilo Medina podría estar enviado señales auspiciosas, en medio de las confrontaciones que sacuden el alma nacional. Nuestra briosa pero aún dispersa opción opositora, debe poner esmero en ejercitar la intelección de los fenómenos, la traducción fidedigna de los jeroglíficos del lenguaje político, asir con voluntad y flexibilidad los cambios que por diminutos que parezcan, pueden ser portadores de nuevos amaneceres y avances democráticos.

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