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Para merecer evocarlos

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Yvelisse Prats Ramírez De PérezSanto Domingo

Mi decisión de quedarme en el Partido Revolucionario en 1973, estuvo precedida por una intensa, dura lucha interna. Quería mucho a don Juan, quien fue amigo de mis padres y participante, hasta que partió al exilio de algunas de las tertulias de mi casa. Además, le debía, le debo aún, que aterrizó las nociones teóricas, leídas sin comprenderlas en los textos de Marx, perfilando en sus ‘‘tutumpotes’’ y ‘‘chiriperos’’, dos clases sociales típicamente latinoamericanas, propias de países con estados de desarrollo diferentes al de los países capitalistas europeos, que produjo el antagonismo clásico entre burguesía y proletariado.

La literatura de don Juan era y es para mí una fuente de gozo lector, también, de despertares éticos y sociales; ninguna proclama política puede conmover, sacudir más las conciencias que los cuentos ‘‘Los amos’’ y ‘‘La mujer’’.

Sin embargo, después de muchas horas de reflexión dolorosa, me decanté por acompañar a Peña Gómez, quien se hizo cargo de mantener vivo, de echar hacia adelante a un PRD que perdió, al irse don Juan, la capa social más ilustrada, la ‘‘inteligencia’’ de la organización política, representada en la gran calidad de profesores de la UASD.

Lo he relatado ya. Peña Gómez fue a verme, acompañado por Hatuey De Camps. No sé si le habían dicho de mis dudas, o si le advirtió esa intuición, que a veces lo semejaba a un adivino. Encontró el argumento infalible que decidió mi destino político.

‘‘Con el profesor Bosch se fueron muchos intelectuales -dijo- es lamentable, pero la gente, el pueblo que inspiró la Constitución del 63, el que luchó por su regreso al poder en la Revolución de abril del 65, se queda, en el PRD. Y yo sé que es por esa gente, por ese pueblo, por lo que tú quieres seguir la lucha’’.

No me he arrepentido de haber tomado ese día la decisión de acompañar a Peña Gómez. Aún muerto, sigo a su lado, sus ideas preceden mis clases, y mis acciones políticas. Creo en la ética personal de Kant y en la moral social hostosiana. Distingo nítidamente entre el patrimonio privado y el público. Mis modelos han sido y son don Juan y Peña Gómez; otros han renegado de ellos, cometen actos dolosos, y adoran al becerro de oro.

Yo, que quiero como Silvio, morir como viví, siento una inmensa paz, porque no me fui al PLD, que ha traicionado a don Juan, y me fui del PRD-Miguel que traiciona a Peña Gómez.

En los gobiernos de mi antiguo partido, hubo algunos traviesos, nadie puede negarlo. Casos más, casos menos, mancharon la trayectoria de esos gobiernos.

Pero eran solo manchas, algunas se destiñeron en el tiempo, otras se olvidaron convertidas en ‘‘estudio de casos’’, no en la apabullante estadística de la corrupción peledeísta.

Quizás muchos lo han borrado de sus corazones y sus mentes; la impunidad que ellos han entronizado sirve también para justificar sus abjuraciones ante sí mismos.

Que los peledeístas renieguen de don Juan, y los ‘‘miguelistas’’ de Peña Gómez, no significa que son obsoletas sus lecciones, su ejemplo. La gente de la que Peña Gómez me habló aquel día, se empodera, vestida de verde. Sus reclamos representan el eslabón que une, por encima de las contradicciones a los dos grandes líderes. A los partidos dominicanos que entienden la política como servicio y como ara, toca enverdecerse, renovar un compromiso con los valores, para merecer atención de esta ciudadanía que reclama.

Mi partido, el PRM, habrá de represar, lo advirtió nuestro presidente Andrés Bautista, la competencia interna inoportuna, torpe, dañina para los propios aspirantes porque divide, y la división resta.

Salir al ruedo, organizado, unido, con un compromiso de identidad partidaria; y ofrecer al pueblo que marcha un programa de reivindicaciones éticas, sociales y económicas, es la mejor forma de construir un espacio donde don Juan y Peña Gómez puedan evocarse sin rubor, con orgullo. Yo, que tengo 85 años, por tanto, un presente muy corto, me gustaría vivir lo suficiente para verlo.

Pese a Ricardo Nieves, Domingo Páez, Manuel Jiménez y otras excepciones meritorias, pocos tienen derecho a evocar a don Juan en el PLD.

No soy peledeísta, y no me quedé con el PRD-Miguel. Milito en un partido joven que asume en sus estatutos los ideales peñagomistas. Yo sí puedo evocar sin bochorno a Peña Gómez y a don Juan, esperando que sus sueños se cumplan.

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