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Por las calles santiagueras

El alcalde de Santiago ha emprendido un operativo que, por un lado, tendrá un costo político al bajarle adeptos que se sienten lesionados, pero por el otro, le aportará la simpatía de un pueblo que estaba decepcionado al ver la arrabalización a que le había sometido todo el que le daba la gana de montar un tarantín en la acera y hasta techarlo como si su propiedad fuera. Se inició el desmonte y el grito no se hizo esperar: Que somos padres de familia; que eso tiene muchísimos años ahí; que a nadie molesta; que el síndico debería entonces de ponernos un sueldo (¿). Yo, desde que vi la primera acción en un noticiario, aplaudí, porque entendí el valor de esa medida en aras del ornato santiaguero, cosa que, dicho sea de paso, no se ha atrevido hacer ningún síndico en la Capital, donde similar problema tiene carácter epidémico. Es una medida valiente, porque el populismo de los políticos siempre ha estado primero que cualquier idea atrevida como esa, y por ello no pasan del amagar.

Otro detalle que llama mi atención, es la aparición de murales en varios lugares de Santiago. Murales de artístico diseño que se podrían convertir en nuevo ícono de identidad de una ciudad, donde el famoso Monumento sigue siendo el elemento identificador por excelencia. Son muchas las grandes ciudades del mundo donde murales y grafitis (a veces no autorizados, pero de tanto valor artístico que se han dejado a la vista pública, haciendo famosos a sus autores), ya son elementos de identidad que el visitante procura ver. La última novela de Pérez Reverte (El francotirador paciente), es un homenaje a esos atrevidos “grafiteros”. Mi esperanza es que esos murales santiagueros no sean “vandalizados” y que la Capital copie la idea para disimularse un poco la cara sucia. Una sola observación tengo: En uno de ellos aparece la figura de Tony Peña, ¡pero con uniforme de los Yankees y no de las Aguilas!. Eso hay que corregirlo, porque si hay algo con que los santiagueros no negocian, es con sus Aguilas Cibaeñas.

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