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VIVENCIAS

The cave

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Juan Francisco Puello HerreraSanto Domingo

A veces se lamenta alguno que otro aspirante a escritor el porqué Dios no le dio el don de componer guiones para el cine y la televisión. Pensaba uno de estos preocupados por su falta de talante para una empresa de este tipo, que se arriesgaría a escribir un guion tomando como punto de partida una cueva y lo haría en el idioma inglés para internacionalizarlo.

En esa temática abordaría una situación que se presenta con frecuencia en la sociedad del apañamiento en la que los componentes de un grupo se protegen entre ellos para tapar sus faltas.

Esta cueva no es de las maravillas, más bien es un reducto donde se desatan y se atan innumerables frustraciones que consideradas en el plano estrictamente de la naturaleza humana, son como destellos de intenciones de mentes retorcidas por el espíritu de malignidad que las gobierna y que se encuentra enquistada en las paredes que recuerda una época ignominiosa de nuestra historia.

Un lugar que distanciado de la virtud lo hace un centro de perenne de ambición soportado sobre bases sin fundamento moral. Punto de encuentro de almas falaces que no encuentran sosiego en su vida de mentiras y búsqueda de placeres sociales.

Donde se dan cita cada semana o cuando son convocados extraordinariamente para presentar informes de su infame gestión o pasar balance de cuántas reputaciones han querido dañar.

En esa legítima expresión de maldad, cobijada bajo la enfermiza mente del astuto cortesano se administra la cueva, bajo su vigilancia y control, en la que no hay espacio para gente integra y mucho menos para iniciativas que interrumpan el ciclo de perversidad que le rodea.

Queda entonces la advertencia, la cueva no es lugar propicio para encauzar inquietudes sociales, más bien destruye lo que en un principio pareció una iniciativa loable. Pero hay otra advertencia para el que pretenda entrar o mantenerse en esa cueva, y viene de Charles Péguy, poeta y ensayista francés considerado uno de los principales escritores católicos modernos; “El gran peligro del cristiano (y de cualquier hijo de Dios) es predicar y no practicar, creer pero no vivir de acuerdo con lo que se cree”.

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