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¿El calor de un piso o el amor de un hijo?

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Gonzalo López MenéndezSanto Domingo

Criar a un hijo con un “buen entorno” en España puede costar entre 7.600 y 22.000 dólares al año según la UNESCO. El equivalente a un piso céntrico en cualquier ciudad del país, una vez alcanzada la mayoría de edad. Con el tiempo en los autodenominados “países del primer mundo” ser padre o no, ha pasado a depender de una cuestión económica.

Aquella sociedad idealizada por Ebenezer Howard organizada en torno al jardín de infancia, la biblioteca y demás dotaciones sociales queda cada vez más lejos. Si la costumbre amortigua la sensibilidad, en España pocos deben extrañarse al saber que cierran más escuelas por falta de niños que por falta de dinero. Bufalí, Cartajima y La Pernía son sólo algunos de los pueblos que ofrecieron casa gratis y trabajo a distintas familias para conseguir los suficientes niños y poder conservar sus colegios.

Al igual que el escritor Richard Ford hay quien piensa: “¿por qué iba a querer que me molestasen?”.

Porque hay quien asocia tener un hijo a un sinfín de preocupaciones, dolores de cabeza y horas sin dormir. Pero, a sabiendas de los pros y los contras, también hay personas que quieren saber lo que se siente al ser padre y a pesar de querer no pueden “permitirse” tener un hijo.

Aumenta la esperanza de vida, no aumenta la esperanza. Los mayores ganan en número a los jóvenes, pero a estos últimos sólo se les suele echar de menos si alguien se pregunta quién pagará su pensión.

Se trata de uno de los motivos por los que la pirámide poblacional de algunos países se sustenta sobre su cúspide. Cada vez con menos jóvenes muchos echarán en falta personas que, rejuvenezcan a cada paso que dan. A veces, no valoramos como se debería a unas personas capaces de reír y hacer reír sin motivo aparente.

Como dejara escrito Cesare Pavese “la única alegría del mundo es comenzar” y entre el amor de un hijo y el calor de un piso, sólo uno recorrerá las calles para abrir de nuevo las puertas de la escuela.

Murieron más españoles de los que nacieron en el último año. Si se quiere evitar que la práctica social más repetida sea el entierro, tal vez, habría que reconsiderarlo y nombrar a los niños bien de interés cultural.

Periodista Centro de Colaboraciones Solidarias

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