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FE Y ACONTECER

Yo soy la luz del mundo

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Cardenal Nicolás De Jesús López RodríguezSanto Domingo

IV Domingo de Cuaresma 26 de marzo de 2017 – Ciclo A

a) Del primer libro del Samuel 16, 1-13. Samuel unge a David como rey. La primera lectura del cuarto domingo de Cuaresma, relata la unción de David por parte del profeta Samuel. En su elección como rey se pone de manifiesto la gratuidad de Dios al igual que las de otros dirigentes del pueblo de Israel, pues él es el más joven de los hijos de Jesé.

En esta lectura se contraponen dos puntos de vista: el juicio humano sobre la persona, Samuel se deja impresionar por los hermanos del pequeño David, y el juicio divino: misterioso, inescrutable, que parte siempre de lo pequeño e insignifi - cante, como parecía serlo el mismo David a los ojos de su padre Jesé. Lo cierto es que ocurre el desplazamiento de la atención de los más llamativos o dignos de ser tenidos en cuenta para el cargo hacia uno que surge de las sombras del olvido: David todavía estaba en el campo guardando los rebaños.

b) De la carta a los Efesios 5, 8-14. San Pablo predicó en Efeso, durante el primer siglo de la era cristiana, en uno de sus viajes misioneros y permaneció allí casi tres años. La mayoría de los nuevos cristianos allí eran conversos de religiones paganas, y Pablo quería contrastar su nueva vida en Cristo con el ambiente mundano en que vivían; era como la luz y la oscuridad. Se recuerda a la comunidad que los que han llegado a la fe cristiana son hijos de la luz.

En este fragmento Pablo usa un tono imperativo y directo, da instrucciones precisas de cosas que deben hacer porque la fe en Jesús lo exige, haciendo énfasis en que el comportamiento de un cristiano se debe distinguir del de los demás: “pórtense como hijos de la luz” (v 3), “sepan hallar lo que agrada al Señor, y no tomen parte de las obras estériles de las tinieblas, al contrario, denúncienlas” (v 6-7). La luz es indispensable para la vida, y, al disipar las tinieblas hace sentirnos seguros y sin temor. Luz que han de ver los demás en nosotros por sus frutos: bondad, justicia y verdad. El cristiano, además de ser iluminado por Cristo, es también ungido por su Espíritu en el bautismo.

c) Del Evangelio de San Juan 9, 1-41. En este IV Domingo de Cuaresma la liturgia se refi ere al bautismo con el signo de la Luz, San Juan narra la historia de un hombre que, de la mano de Jesús, va pasando de las tinieblas de su ceguera física a la visión ocular de la luz, y de ésta a la iluminación de la fe en Cristo. Hay tres versículos en el texto que son la clave de interpretación del mismo.

Primero, la afi rmación de Jesús: “Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo” (v. 5). El segundo contiene la profesión de fe del que era ciego: “Señor, yo creo; y se postró ante Él” (38), es el punto culminante de la narración. Tercero, las palabras de Jesús: “Para un juicio yo he venido a este mundo para que los que no ven, vean; y los que ven, se queden ciegos” (39). Estas palabras evidencian la fi nalidad del pasaje, acorde con la antítesis luz-tinieblas, frecuente en el cuarto evangelio ya desde el prólogo. Se puede constatar que el ciego avanza desde una situación de absoluta dependencia física a la total autonomía del que ve, y desde su ignorancia religiosa a la liberación interior de la fe.

En cambio, los fariseos, sus jueces, retroceden en su conocimiento de Dios, se obstinan en su incredulidad respecto de Jesús, y se hacen esclavos de las tinieblas que generan su ceguera espiritual. La verifi cación e interpretación del hecho por los fariseos es la parte más extensa del relato (vv. 13-34), primero preguntan al propio interesado, después a sus padres y fi nalmente de nuevo al que había sido ciego. Él opina que Jesús viene de Dios, en contra del parecer de los fariseos que lo tienen por un pecador porque no observa el descanso sabático. La perspicacia e ironía del “iletrado” ciego que le dan clara ventaja sobre sus “entendidos” pero obcecados jueces, que acaban expulsándolo de la sinagoga. Jesús encuentra al nuevo vidente y se le autorevela: “Soy yo el que habla contigo (el Hijo del Hombre)”.

Bíblicamente importa resaltar el milagro hecho, como señal y prueba de la divinidad de Jesús que realiza la obra del Padre, y como signo y anuncio del Reino de Dios y de la liberación del hombre. La tonalidad bautismal que, desde antiguo, se dio a este evangelio traslada al sacramento del bautismo la condición de signo de la Luz, que es Cristo. Es decir, se contempla el primero de los sacramentos de la iniciación cristiana como iluminación de la ceguera congénita del ser humano por medio de la fe en Cristo Jesús, Luz del mundo, Mesías e Hijo de Dios.

Hoy debe ser día de renovación en la luz de nuestro bautismo, Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tiene la luz de la vida” (Jn. 8, 12). Y añadió, refi riéndose a los discípulos: “Ustedes son la luz del mundo. Alumbre así su luz a los hombres para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre que está en el cielo” (Mt. 6, 14.16).

Pidamos al Señor que cure nuestra ceguera personal y comunitaria, para comenzar a ver todo de manera diferente. Que Cristo abra nuestros ojos a la luz de los valores evangélicos: la vida y el amor, el trabajo y la justicia, la convivencia y la solidaridad, para renovarnos en nuestra opción bautismal.

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