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EL CORRER DE LOS DIAS

De la muerte del almirante a la hoguera de las vanidades

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Marcio Veloz MaggioloSanto Domingo

La muerte de Cristóbal Colon, en mayo de 1506, coincide para muchos con el fortalecimiento de lo que vendrían a ser los grandes movimientos de búsqueda de renovaciones y cambios ideológicos encabezados por líderes que se opusieron al manejo de la iglesia católica al través de poderosos grupos familiares entre los cuales sobresalen los Médicis y los Borgia, o Borja y al uso del pecado como forma de enriquecimiento, el delito y desde el seno de poderosas influencias. El intento por las reformas de varios tipos produjo enfrentamientos y desató guerras, muertes y proclamas en lo relativo a los intentos por hacer transformaciones con las cuales se abriría la lucha que protestanta que encabezaran el fraile Martin Lutero, para instaurar una iglesia protestante y en el centro curas como el dominico Girolamo de Savonarola, cura cuyo combate contra la corrupción estuvo directamente orientado contra el poder religioso en manos de las familias citadas, culminando desde un dominio parcial del poder que Savonarola manejó políticamente, respaldado por acciones donde las críticas se hicieron desde los pulpitos y fueron acres y explosivas al concitar que sus seguidores dieran fuego a todo cuanto era capaz de representar o sugerir vanidad. Vanidad de vanidades, ofensa divina. Seguimiento de la frase salomónica. Sus seguidores y fanáticos y otros usando su propiedades, y tomando las de otros, lanzaron al rio Arno objetos de valor que, según su concepto era un signo de sus vidas corruptas, pero que sirvieron a muchos pobres para enriquecerse en una guerra por quedarse con las riquezas que los fanáticos desecharon. Ley práctica de las peores contradicciones. Savonarola se convirtió en un “verdugo”, “en un inquisidor de bienes y corrupciones y de todo aquello dio permiso divino para que fuera quemado. Por eso propuso en sus sermones el infierno para los corruptos y “las hogueras”, la incineración de lo que a su juicio era vergüenza del creyente o debería serlo, y quizás en vez de seres humanos proponía quemar objetos que para muchos tenían mayor valor que vidas.

Detrás de la vanidad, según el inventor de “las hogueras de las vanidades”, se agitaba el mea culpa del pecador, y así en su momento de euforia colectiva, y de lucha contra las fallas monásticas de la iglesia de Cristo, ardieron piras de objetos, joyas, cuadros, y modelos que en los altares del Renacimiento, a la vez que según el pueblo fanatizado e ignorante, incitaban la lujuria, justificaban, según el dominico, el pecado al sugerir por la vía del arte el camino para concupiscencia.

Savonarola convenció a importantes figuras de su época como lo fueron sus seguidores Bouonarotti y Pico dela Mirándola, a de manifestarse y actuar participando en las hogueras, en las cuales ardieron joyas y cuadros que hoy serian valorados en una fortuna y que ya entonces lo eran. Fueron una especie de ofrenda vertida en llamas y humaredas de la pasión producida por aquellos que mezclaron religión y poder, abriendo la brecha de protestas que la visión apocalíptica de Savonarola consideró fundamental para el surgimiento de una moral nueva.. Las ideas de este cura incendiario alcanzaron a Francia, donde llego a tener al apoyo de parte del clero y del propio rey , y donde las hogueras terminaron siendo una crítica no solo al Papa Alejandro (Borgia) Borja o Alejandro VI, cuya vida orgiástica, sus crímenes, incluidas las liviandades de su hija Lucrecia Borgia, (de la cual hace elogios su amigo Gonzalo Fernández de Oviedo, Historiador de Indias), fueron parte del descredito de esta venenosa congregación sanguínea, por la que en1498 Girolamo Savonarola terminó en una hoguera sustentada por el Papa. Por algunos de estos hechos, creo que en mayo de 1506, al morir, Cristóbal Colon dejaría abierta una conciencia no precisamente religiosa, sino un aspecto donde la religión seria capaz de sugerir que a partir de su hazaña, de sus aciertos y errores, el mundo de las creencias había comenzado a cambiar, lo mismo que el del odio, las guerras, las mentiras y los deseos, que pensadores como Maquiavelo, Erasmo, Mirándola, y muchos otros, poseían con una visión diferente, del cambio necesario y renovador. Algunos, eran según don Marcelino Menéndez y Pelayo, heterodoxos como Erasmo, y los menos, idealistas de tomo y lomo como Tomas Moro, a quien Utopo , personaje quimérico, le donaría el nombre de Utopía para su invento de una república en la que todo estaría tan bien organizado que según creyera Moro podría ser el modelo ideal, mientras que otros fanatizados como el cura Girolamo, pero todos conscientes de que en 1492 se abrían las puerta de un nuevo mundo, se pregonaban nuevas esperanzas, y nuevos curas con alma guerrera llegaban a América, como los dominicos de entonces y los jesuitas, los que consideraban viejas las ideas enmarcadas aun sobre añejas creencias, que si bien trajeron admiración, también portaron la aceptación de pensamientos que contradijeron el cristianismo iniciático el cual fue introducido como una corriente tradicional de las tantas que trajo consigo a América el conquistador europeo tomando la inquisición Torquemada para ir quemando indios sin normas de justicia, y sustituyendo altares indígenas por catedrales levantadas a sangre y con casi el mismo fuego de Savonarola a finales del siglo XV. A fin de cuentas, parodiando a Julio Cortázar, todos los fuegos son el mismo fuego, y agregamos, cuando la injusticia o la falta de juicio lo respaldan.

El fuego de la hoguera de las vanidades es de algún el de la hoguera la inquisición.

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