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Caballos de Troya y el mito del desinterés

En su opúsculo “Fragmentos un poco carbonizados” Jeorge Steiner tiene un trabajo muy interesante intitulado “Cuando el rayo habla dice oscuridad” mediante el cual trata de enseñarnos que hablar y decir son cosas diferentes; pero sobre todo, que en lo no dicho, existe a veces más contenido que en lo dicho. Nos dice gráficamente que “...el destello del relámpago, su cargado fulgor, manifiesta tanto su presencia como la de la oscuridad que lo circunda; vuelve visible la noche mientras el sonido delinea el silencio”. En este caso, afirmo yo, la oscuridad de la noche es inmensa comparada con el hilo del relámpago.

Esa afirmación, socorrida por poetas y filósofos de todas las épocas, es traída a colación a propósito de las declaraciones de algunos políticos del PLD en el sentido de que en el seno del comité político de su partido se conocía sobre las sobrevaluaciones de las obras contratadas por el gobierno con Odebrecht; pretende provocar la reflexión de los lectores en relación con el posible interés subyacente en las mismas, ya que como bien lo explica la máxima jurídica: “el interés es la medida de la acción”.

Si hay más que lo dicho en lo no dicho, hay todo un universo de posibilidades para conjeturar. Pudiera ser, por ejemplo, que un político se encuentre parcelado en un ámbito intrapartidario cuyos líderes consideren que es “inteligente” destruir el PLD ante sus escasas posibilidades de promover con éxito, a lo interno, una candidatura equis de cara al 2020 (si no puedes ser para mí no serás para nadie). O -¿por qué no?- pudiera columbrarse en el sentido de que algunas personas advierten muy tarde que a los políticos amigos del dinero la gloria les está vedada; y que nadie, por mucho que haya aportado a la construcción de un partido, por mucho que se haya preparado, puede ignorar que la grandeza política, la trascendencia y la obtención del poder están reservadas para los que se entregan al servicio con sentido de compromiso, no para los que toman vacaciones, se van a hacer dinero y cuando despiertan ya es tarde (¡Escogiste tu amo, don dinero, sigue sirviéndole!) y chocan con el desaliento que produce la mala inversión del tiempo en una vida tan efímera. He visto al papa Francisco recomendar al que tenga afición por el dinero que no se meta en política. Obvio, aclaro que todas son conjeturas para buscar explicaciones de lo no dicho en lo dicho; que en modo alguno constituyen una acusación sobre ninguno de mis protagonistas. Pudiera ser que en lo no dicho, en este caso, haya mucho de buena causa (¿por qué no?). Repito, yo solo hago mis conjeturas, puede usted hacer las suyas.

En el siglo IV a. C. Sun Tzu escribió “El arte de la guerra”, una obra cuyas tácticas son extrapolables a todas las situaciones donde se gestionan conflictos. La guerra más famosa de la que tengo conocimiento -afirmación fundada en la trascendencia de los poemas homéricos contenidos en la Ilíada y la Odisea, bases de la cultura occidental- es la guerra de Troya. Se me ocurre pensar que en cada escenario de conflicto de intereses pudieran replicarse oportunamente un Menelao, una Helena, un Agamenón, un Aquiles, un Patroclo, una Briseida, pero sobre todo, un caballo de Troya.

En el considerado supuesto habría más de un caballo de Troya -hipótesis aceptable si recordamos que el artilugio de los griegos contenía en su interior una cantidad de soldados para atravesar las murallas y penetrar a la ciudad; y que, del mismo modo, cada declarante , tendría tras de sí otros en los que pudiera estar sustentando sus “disimuladas” pretensiones- y estos no estarían nunca actuando por casualidad o desinteresadamente; porque hay cosas que no son casuales, sino causales; porque el desinterés es un mito, brilla por su ausencia en toda acción humana, incluido mi propio artículo.

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