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¡Y si no reencarno na!

Después de la epopeya de abril de 1965, visité en noviembre de ese año, siendo un niño, a San Juan, Puerto Rico, donde vivía una querida tía mía, que se llamaba Anita Raful. En los días de finales de ese año se oía en la radio de esa isla de manera asidua, una canción del Gran Combo de Puerto Rico (uno de las orquestas populares de aquel tiempo), que cantaba Pellín Rodríguez. Las letras eran rítmicas, y decían: “Esta vida yo la gozo/aunque tenga siete más/ Por si acaso no lo sabes/ Oye y si me quedo por allá, ¡ah!/ Después de muerto no se puede gozar/ Aunque dicen que uno vuelve/ que uno vuelve a reencarnar/ por si acaso eso es mentira/ oye y si no reencarno na/ Vas a seguir bailando/ ¡Después de muerto no se puede gozar!”. Recuerdo que una ocasión, en una entrevista que le hicieron a Fidel Castro, le preguntaron su opinión sobre la reencarnación, respondiendo éste que no creía en la misma y que tenía una visión marxista materialista de la vida, agregando de manera sorpresiva, que si pudiera reencarnar después de muerto, le gustaría reencarnar en Gabriel García Márquez. Se trató de una de las muestras más conmovedoras de admiración que una persona pueda sentir por otra. Castro que tenía el liderazgo mayor de la historia de la segunda mitad del siglo veinte en el continente americano, canjeaba su vida rutilante por la vida de un escritor colombiano y mundial, que contaba historias de ficción y enriquecía las letras universales. García Márquez llamaba maestro a Juan Bosch, por el que sentía una especial admiración, por esa relación misteriosa de atracción de algunos seres que se identifican en la cultura, en la creación y en principios éticos.

Juan Bosch era huésped del Gobernador Luis Muñoz Marín, quien lo hospedó en una residencia oficial en los primeros meses de su exilio al ser depuesto por un Golpe de Estado el 25 de septiembre de 1963, impedido de retornar a Santo Domingo, vigilado y espiado por organismos de inteligencia norteamericanos durante la guerra de abril del 65. Pero todavía dos meses después del regreso de Bosch a Santo Domingo, curiosamente el 25 de septiembre de 1965, se sentía en las calles de San Juan y Santurce, su presencia digna, el recuerdo enhiesto de sus principios y la enorme solidaridad de diversos sectores de la vida puertorriqueña para con él y el heroico pueblo dominicano. Si hubo un puertorriqueño que defendió su retorno al poder en la República Dominicana, que dirigió el llamado grupo de Puerto Rico, integrado por asesores y funcionarios del presidente Lindon B. Johnson, denominados liberales en contraposición a los asesores conservadores de Washington, liderados por Thomas Mann, enemigo cerril de los constitucionalistas, ese fue Luis Muñoz Marín, entonces Gobernador de Puerto Rico. No me corresponde ahora analizar la creación o el status legal del “Estado Libre y Asociado”, con el cual Puerto Rico suscribió sus niveles de dependencia de los Estados Unidos, así como su nacionalidad norteamericana. Lo que sí puedo afirmar es que Luis Muñoz Marín fue un enemigo jurado de la dictadura de Trujillo, que fue solidario con los exilados anti trujillistas y promovió la lucha por la democracia en Santo Domingo.

Trujillo, en su delirio de sicópata, llegó a acusar a Muñoz Marín de comunista. Cuando en el gobierno de siete meses de 1963, un verdadero ejercicio de honradez y dignidad, el presidente Bosch invitó al Maestro Pablo Casals a ofrecer un concierto en la sala del Palacio de Bellas Artes, y junto a esa gloria excelsa de la música culta, en su ancianidad luminosa, estuvo de invitado de Bosch, Luis Muñoz Marín, apuntalando el experimento democrático dominicano. Pienso que los dominicanos hemos sido ingratos con la memoria de Muñoz Marín. Que nunca le hemos reconocido sus aportes, su defensa de la democracia dominicana, el papel que desempeñó en los días aciagos y gloriosos de abril de 1965.

Cuando el coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, heroico ejemplo militar de lo más alto del decoro nacional, cayó abatido en el intento de tomar por asalto el Palacio Nacional, en poder de una pandilla golpista anti nacional, se reveló que fue ultimado por la espalda por balas de una compañía militar norteamericana que estaba destacada en los alrededores de la Casa de Gobierno. Aunque el presidente Johnson reclamó una investigación sobre el suceso cuya consecuencia fue la defenestración de la “fórmula Guzmán”, salida acordada por Bosch y Johnson para poner fin a la guerra, a la intervención extranjera y propiciar la puesta en vigor de la Constitución del 63, con un gobierno de transición presidido por Antonio Guzmán, propuesto por Bosch, el aturdimiento causado por la muerte de Fernández Domínguez fue de tal magnitud, que bloqueó la salida democrática que se había pactado en las reuniones celebradas en la casa de Muñoz Marín, en Trujillo Alto, Puerto Rico. Investigaciones posteriores arrojan el dato de que la muerte de Fernández Domínguez fue el resultado de la lucha entre el grupo liberal norteamericano que negociaba la fórmula Guzmán y el grupo “pentagonista” que se le oponía y era partidario del exterminio de los constitucionalistas. Cuando se supo la muerte del coronel Fernández Domínguez, Luis Muñoz Marín, declaró a la prensa internacional, que sentía vergüenza de ser ciudadano norteamericano.

Quise recordar a Puerto Rico como lo conocí en noviembre de 1965, con la admiración que sentí por Luis Muñoz Marín, por el Gran Combo de Puerto Rico y aquella canción que no he podido olvidar, cuando oigo hablar de reencarnación: “¿Y si no reencarno na?”.

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