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Milagros, entre la muchedumbre y el mar

Las tardes del sábado 25 y domingo 26 de febrero, se produjeron dos magnos desfiles llenos de vibraciones del Carnaval, en una franja importante del malecón de la ciudad de Santo Domingo. Serpenteando el costado de mar y asfalto, comparsas y carrozas, contagio de alegría y espontaneidad de una diversidad llamativa, cubrieron una ruta en la que enhestaron banderolas y sonidos, como filigranas de una Patria que se avecindaba a la fecha gloriosa del 27 de febrero de 1844, que conmemoramos, rindiendo tributo a los paladines de la libertad, que forjaron la nacionalidad a sangre, fuego y amor. El carnaval del Distrito Nacional contó con 76 comparsas con diferentes temas y categorías. En un ambiente festivo se restableció el Carnaval de la ciudad, que fue iniciado en los albores de la conquista española antes de 1519. Sus atuendos y disfraces constituyen una mezcla de elementos y tradiciones africanas traídas por los esclavos llegados al Nuevo Mundo y los hábitos y ropajes europeos de sus amos y colonizadores. En el carnaval se suman los diablos cojuelos, con sus trajes cubiertos de espejos, cascabeles y cencerros, que ridiculizan a los señores medievales, con disfraces netamente africanos, sumados a variadas manifestaciones de la creatividad popular.

El Carnaval es una fiesta popular de arraigo en nuestro país, se produce desde la colonia, en vísperas de la Cuaresma cristiana, cuando los habitantes de Santo Domingo se disfrazaban como imitación de las carnestolendas europeas. Tanto las fechas heroicas e históricas del 27 de febrero de 1844 y del 16 de agosto de 1865, son referentes del desarrollo y festejo de estos eventos, cuando las máscaras bullían en la ciudad dominicana. “La celebración del Carnaval, tiene su origen probable en las fiestas paganas, como las que realizaban en honor a Baco, el dios del vino, las saturnales y las lupercales romanas. Se dice que los orígenes de las fiestas de Carnaval se remontan a las antiguas Sumeria y Egipto, hace más de cinco mil años, con celebraciones similares en la época del Imperio Romano, difundiéndose la costumbre por Europa, siendo traído a América por los navegantes españoles y portugueses que nos colonizaron a partir del siglo XV”. Personajes importantes del Carnaval de Santo Domingo, Califé, que como todo un caballero, este hombre de frac y exagerado sombrero sale a pregonar a las calles satirizando a la élite, funcionarios y las noticias del momento. El personaje central es el Diablo Cojuelo, del que se dice que era un demonio travieso que cansó al mismo Diablo y por ello éste lo mandó a la tierra. En ese trayecto el juguetón se lastimó y quedó cojo, de ahí el nombre de Diablo Cojuelo. Otra versión dice que su lesión en el pie fue durante “batalla” que se libró en el cielo cuando la rebelión de Lucifer. Por otro lado, “Los galleros”, “Roba la gallina” y “Los Alí-Babá”, que se caracterizan por los disfrace con influencia oriental, basados en el relato de Alí Babá y los cuarenta ladrones, a ritmo de tambores y trompetas, con trajes brillantes, máscaras, lentejuelas, velos, plumas, botas altas, espejos y barbas largas. También “Se me muere Rebeca”, “El Muñeco”, “A que no me quemas el papelón”, son fabulosas representaciones de la imaginación popular, así como la de “Los Indios”, aborígenes de la isla, que marchan pintados y bajo enmascaramiento de colores y piel grasienta, bailando en círculos los ritos de extrañas ceremonias, regresando del pasado a notificar como duendes su jolgorio y exterminio.

“Los Africanos”, conocidos como “Los Tiznaos”, quienes pintan su cuerpo con carbón y aceite quemado y con una falda de de hojas de pencas de matas de cocos y palmas. Estos “Tiznaos” hicieron este fin de semana pasado, maravillas, lanzando fuego por la boca.

El Ayuntamiento del Distrito Nacional, bajo la dirección de David Collado y el Ministerio de Cultura, bajo la orientación del Ministro, Pedro Vergés, junto a una constelación de trabajadores de la cultura, que plasmó este movimiento pendular de la capital, que colmó de alegría y reconocimiento a figuras y expresiones de la cultura popular dominicana. En esa coordinación, como una gacela o antílope de luz, esplendente, ladeándose entre muchedumbres agolpadas en el malecón, doña Milagros Ortiz Bosch, parecía dirigirlo todo puntualmente. Ella es una de los artífices de los Carnavales cuando reaparecieron en la ciudad de Santo Domingo hace varias décadas.

Nadie tiene su gracia, su infinita capacidad de trabajo, su visión de la cultura dominicana, su experiencia, su estela productiva. Junto a ella, nuestro querido Dagoberto Tejeda, inmenso, rastreador de toda manifestación del arte y la cultura, conocedor del origen y la identidad, competente, dando órdenes en la ruta, corrigiendo entuertos, situando el misterio en un universo de música y alegorías, aplazando las lluvias para que el Carnaval no se suspendiera, personaje, él mismo, de las maravillas del asombro y el amor de su pueblo. Y desfilando vimos al Rey Momo del Carnaval, el gran Freddy Ginebra (parecía de cera y gesticulaba, abrazaba con la mano sobre el pecho a quienes lo vitoreaban, un ser especial y querido) y Senia Rodríguez como Reyna del Carnaval, en homenaje a Nereida Rodríguez, inolvidable danzarina popular y entrañable amiga mía.

Y yo escribiendo, anotando, restituyéndole a la poesía su leve gravedad de versos y ensueños: “…es Carnaval, espuma y sortija en los tejados/iguana que atraviesa el cielo/ orgía de ánimas abocadas al hondo misterio/ otras máscaras para la máscara ondulante/ anticipo de desafuero bajo convite/ una onda de luciérnagas pacta con la lluvia/ un nido de hechiceros se acopla en la marea/ los diablos cojuelos embadurnan de espejos/ el infierno dormido/ y es un milagro cóncavo la locura del vientre/ la piel toda tronando en el jardín y en las tinieblas”.

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