FIGURAS DE ESTE MUNDO

El enigma del mal

¿Qué incita al hombre a corromperse? ¿Qué le lleva a infringir la ley? ¿Por qué se aparta del camino recto, honesto y digno? San Agustín se revolvía frenético en estas preguntas sin respuestas. Aun antes de su conversión, los problemas que más le atormentaban y le hacían sufrir eran la existencia de Dios y el enigma del mal.

No llegaba a explicárselos. Si Dios es perfecto, ¿cómo pudo haber creado las imperfecciones? Si Dios es bueno, ¿cómo pudo permitir el mal? Después de beber en diversas fuentes fi losófi cas, la lectura del apóstol Pablo, que emprendió con ansias en aquel tiempo, preparó su cura radical.

El libre albedrío, concluye, es la causa de la maldad humana. Dios hizo al hombre con la capacidad de decidir amarlo, servirle, hacer lo que es bueno o no servirle, rechazarle y hacer lo que es malo. Esta última opción explica por qué muchos hombres se lastiman unos a otros, tienen guerras, comenten crímenes, injusticias, corrupción. “Dios hizo al hombre recto –escribe Salomón-, pero ellos buscaron muchas perversidades”.

La conversión de Agustín implicó arrepentimiento, victoria sobre el mal por medio de la fe en Cristo, cambio de mente, vuelta a Dios y a Sus caminos. Una vez, ya convertido, respondió al llamamiento de una mujer tentadora con estas palabras: “Yo soy Agustín, pero yo no soy yo”. El mismo nombre, el mismo cuerpo, pero con un nuevo corazón. Él había atendido el llamado de Dios: “Convertíos, y apartaos de todas vuestras transgresiones”.

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