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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

La herejía de Arrio: importancia y orígenes

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Arrio fue un brillante predicador en la ciudad de Alejandría en Egipto. Vivió entre los años 256 - 336. La mayor división que ha vivido la Iglesia Católica fue la Reforma Protestante del siglo XVI, pero la división que creó este sacerdote, asceta de finos modales, alto y elegante, golpeó a una Iglesia frágil, en los inicios del siglo IV, recién salida de la persecución de Diocleciano. La Iglesia apenas estrenaba su flamante legitimidad aprobada por el Edicto de Milán del 313. La división que aflora en el arrianismo fue minando la Iglesia subrepticiamente. Apenas algunos cayeron en la cuenta.

Comparemos la Reforma del siglo XVI con la herejía de Arrio, a inicios del siglo IV. Lutero y partidarios, ejercieron su actividad muy pronto fuera de la Iglesia. Muy pocos líderes católicos fueron afectados por el luteranismo. Desde sus inicios, el Emperador, en aquel momento Carlos V, se enfrentó al luteranismo. En cambio, el arrianismo, en sus orígenes, fue un error casi imperceptible, como esos billetes falsos tan bien impresos que hay que levantarlos contra la luz y mirarlos bien para caer en la cuenta de su engaño. Dada la idea de la divinidad extendida en el mundo antiguo y entre los cristianos con poca formación, el arrianismo era plausible y, sin embargo, éste atentaba contra el corazón de la fe. Durante el siglo IV varios emperadores romanos, y obispos con sedes de mucho peso fueron arrianos y hasta el misionero más famoso entre los bárbaros, el obispo Ulfilas, ¡fue arriano!

Los orígenes de la posición arriana hay que buscarlos en las dificultades que encontraron tanto el judaísmo como el paganismo para aceptar la novedad del misterio cristiano. Al escribir “misterio” no me refiero a algo raro, oscuro o secreto, por ejemplo, quién obligará a los vehículos pesados a circular por la derecha en las carreteras. Usando la palabra “misterio” aludo a una realidad que supera nuestra capacidad de comprensión. Nadie puede mirar el sol con los ojos abiertos, no es falta de luz, es falta de ojos.

Los judíos no podían concebir que el Mesías fuese divino. Durante siglos habían profesado valientemente la trascendencia divina en medio de un universo idólatra. En el judaísmo, Dios es infinito, único, solo en su trascendencia, innombrable, irrepresentable, sin otro santuario que el Santo de los Santos, lugar vacío y simbólico, oculto en el único templo, vedado al pueblo cuyo acceso se abría en raras ocasiones. Entre el Mesías y Dios había una distancia infinita, infranqueable. Por más lados que tenga un polígono inscrito en un círculo, nunca será el círculo

Por su parte, los paganos no hubieran tenido problema en aceptar a Jesús como otro “dios” más en el panteón. Pero en el mejor de los casos, Jesús solo sería un mediador entre el Dios inaccesible y los hombres, porque ese Dios Supremo posee en exclusiva la divinidad.

Judíos y paganos concebían un intermediario entre el Uno trascendente y el mundo de los espíritus. Los judíos emplearon la idea de una palabra o de una sabiduría mediadoras. Por la palabra se había creado todo (Génesis 1). La Sabiduría estaba junto a Dios en los orígenes (Proverbios 8).

Para los paganos, el mediador entre el Dios inaccesible y la humanidad era una primera emanación del primer principio que reducía la distancia entre Dios y el mundo. Pero no era el Dios Supremo, era una realidad degradada. Algunos, como Filón de Alejandría, (Ü50) querían conciliar la concepción judía (un mediador Sabiduría-Palabra) con la idea griega (un mediador Inteligencia-Palabra). ¿Se podía dar cuenta de la originalidad de Jesús con este esquema?

Me baso mayormente en la obra de Jean Guitton, (1963), El Cristo Desgarrado y Josep Vives, (1988) <> Exploración cristiana del misterio de Dios.

El autor es Profesor Asociado de la PUCMM

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