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Cuando terminó la Guerra Fría

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Margarita Cedeño De FernándezSanto Domingo

Era 1963. días antes había iniciado el verano en Alemania. El lugar del discurso era la plaza dedicada a Rudolph Wilde, un alcalde reconocido por importantes construcciones en la ciudad. Alrededor de 450 mil personas se habían apostado para escuchar al entonces presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, quien coincidencialmente había estado en Berlín en 1939, en los días en que la Alemania nazi invadió Polonia. Por ello, el discurso guardaba un alto contenido emocional para él.

En una frase resumió esa emoción: “Ich bien ein Berliner” (Soy un berlinés). Hacía referencia al orgullo de pertenencia que databa de la época romana, cuando se decía “civis Romanus sum” (Soy ciudadano de Roma), un llamado que abría puertas en todo el mundo durante el mandato de la milenaria civilización romana.

Apenas 22 meses habían pasado desde que el gobierno de la República Democrática Alemana (RDA), apoyados por la Unión Soviética, y en el contexto de la Guerra fría, habían erigido un muro que evitaba a los habitantes de Berlín del Este emigrar hacia Berlín del Oeste, donde las condiciones socioeconómicas y las libertades políticas, asimilaban las de Estados Unidos.

En su discurso, llamó al Muro de Berlín no solo “una ofensa contra la historia, sino una ofensa contra la humanidad”.

El discurso de Kennedy sembró una semilla que no dio resultado hasta casi 30 años después, con la caída del muro y del comunismo en los países de Europa.

Previo a los sucesos de finales de la década de 1980, en la primavera de 1983, Ronald Reagan, el primer republicano en acuñar el lema que hoy escuchamos tanto que reza “Let’s make America Great Again” (volvamos a hacer a América grandiosa), le exigía a Mikhail Gorbachev en la puerta de Brandenburgo, que abriera la barrera que dividía a Berlín en dos, con una frase simple, pero poderosa: “Mr. Gorbachev: tear down this wall” (Señor Gorbachev, tumbe este muro).

El memorable discurso llamaba la atención sobre la ofensa que constituía “el vasto sistema de barreras que dividían a todo el continente Europeo”, advirtiendo que “mientras esta cicatriz en forma de muro (refiriéndose al de Berlín) prevalezcaÖ seguiremos cuestionándonos sobre la libertad misma de toda la humanidad”.

Reagan agregaba que la política norteamericana estaba concentrada en atacar “el hambre, la pobreza, la desesperación y el caos”, resaltando las palabras de George Marshall y la política del plan que lleva su nombre, convencido de que es en esos males donde residen las sombras que llevan a los seres humanos a cometer actos que atentan contra la paz y la prosperidad de sus vecinos.

Martin Luther King, ejemplo de gallardía y vocación de servicio desde el pacifismo y la sociedad civil, escribió en sus “Cartas desde la cárcel en Birmingham”, que “la injusticia en cualquier sitio es una amenaza a la justicia en todas partes”.

En un mundo globalizado, donde existe un nuevo orden mundial instaurado desde que inició el nuevo milenio, no podemos volver atrás, hacia las divisiones. Debemos continuar tendiendo puentes de colaboración y progreso mutuo.

Hagamos un llamado a que en el mundo en que vivimos prime el diálogo y el acuerdo. Que se aborden con efectividad las diferencias ideológicas, religiosas, socioeconómicas y culturales. Que el liderazgo político mundial se auxilie del diálogo y el trabajo conjunto y productivo, del intercambio de ideas y posiciones, de la diplomacia y la negociación, para resolver sus diferencias.

Que no existan símbolos del desacuerdo entre dos o más países, entre dos o más grupos sociales, porque de lo contrario, se hará difícil encontrar el camino de la paz y la prosperidad.

Dividir ofende, porque ya la historia nos ha demostrado que es más lo que se pierde que lo que se gana.

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