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Vals de mariposas, ¡para ti poeta!

Un poco de Chopin, el Vals del Minuto, fragmentos musicales de los Strauss o modalidades del Vals suramericano. Un poco de Tchaikovski, del Vals de las flores de El Cascanueces, de La Bella durmiente o el Vals de El Lago de los Cisnes. Poco o mucho de Danny Rivera, el Vals de Las Mariposas, la danza lenta o intensa, la templanza del amor, girando alrededor de los amantes, en un giro preludiar de las iniciativas del corazón. De lo clásico a lo popular, el séquito de los cielos enladrillando el tiempo físico de la muerte, y tú, poeta, alcanzado nuevas vidas, ceremonias del alma liberada, infinita voltereta de quien llega a Dios sin pesar ni añagazas, entrelazando versos o contando ocurrencias, provocando risas en la solemnidad del misterio. Federico Jóvine Bermúdez, de linaje poético, nieto de Federico Bermúdez, el poeta social dominicano que cantó a los humildes, primo hermano de René del Risco Bermúdez, el poeta trascendente de la generación de los años 60, cuyo candor y compromiso histórico lo llevó al presidio trujillista y luego a descifrar en versos, la frustración de aquella llama de abril de 1965, en su poemario “El Viento Frío”. A Federico lo conocí una tarde de 1972, llegó a mi hogar donde se celebraba una tertulia literaria, “derribó” la puerta y se presentó. Desde entonces nunca más salió de mi casa. Establecimos una amistad solidaria de ribetes fraternos. Era mi hermano escogido. Poeta de versos sólidos, odas magnificentes, narrativas históricas impactantes, conversador primoroso, la palabra en su voz adquiría sentido telúrico, vibrante. Improvisador nato, de todo extraía una idea, un chiste, una derivada forma de vivir y amar en el desahogo del espíritu.

A veces irreverente pero nunca hiriente, con un alto sentido de la convivencia. En cierta ocasión, en 1974, un sector de la cúpula de la Iglesia Católica invitó a poetas y músicos a un encuentro en uno de los salones de la Universidad Católica Madre y Maestra, con la finalidad de que los participantes, pusieran la música y la letra de nuevos cánticos en la liturgia cristiana. El propósito era exquisito en lo que sería la renovación literaria y artística de salmos, villancicos y rituales. Federico pedía con insistencia la palabra pero éramos tantos los allí reunidos, que todos queríamos exponer nuestras ideas, lo cual creaba demoras en la asignación de turnos. Cuando le tocó expresarse, indicó, que a él, debieron otorgarle la palabra primero, porque tenía derechos adquiridos, como por ejemplo, era el único de los presentes, que era nieto de un sacerdote. Aquello que era rigurosamente cierto, fue el detonante de una risa colectiva, que contribuyó a darle mayor elasticidad, soltura y flexibilidad, a un encuentro que lucía hermético y formal.

Federico era imprevisible con sus múltiples salidas verbales, de todo hacía un referimiento contrastante. Tenía chispa, esa inteligencia a flor de piel, esa inventiva fabulosa de un creador. Escribía a todas horas, y cuando concluía un poema, novela o cuento, nos llamaba, a Mateo Morrison y a mí, con carácter de urgencia, y nos decía: “Vengan, pasen por aquí, tengo la urgencia de leerles lo que he escrito, y quiero sus opiniones, antes de publicarlo”. Con Federico integrado entonces a la “Joven Poesía”, grupo de escritores que teníamos nuestro centro de gravedad en el valioso suplemento “Aquí” del periódico “La Noticia”, coordinado conjuntamente por el poeta León David y el gran Mateo Morrison, quien quedaría luego como director, desarrollamos en todo el país, recitales en clubes e instituciones, en acciones conjuntas con la Poesía coreada, el Coro universitario de la UASD, la Rondalla y el Teatro universitario. Federico suscitaba los mayores aplausos, su voz de “locutor en vacaciones” como lo llamó el músico y poeta, Manuel Rueda, al oír la lectura de sus versos, conmovía, llegaba a la gente, el uso de metáforas relumbrantes, recursos creativos, alusiones a eventos cardinales del amor, la tragedia y la historia, lo consagran definitivamente como uno de los escritores cimeros de la literatura dominicana. El profesor Juan Bosch asistió a la presentación de nuestras obras iniciales, “Huellas de la Ira” y “Gestión de Alborada”, en un acto donde la estampa de Bosch, aupó en su condición de escritor y figura impoluta de liderazgo nacional, aquel evento poético de dos jóvenes principiantes.

Nos tocó a Mateo, a Oscar Luis Valdez Mena y a mí, casarlo una tarde en la cual departíamos, en el desaparecido restaurante “Rossi” de la calle El Conde, instándolo a ponerle fin ya, al largo noviazgo con Gloria, el amor de su vida, y salir de allí, directamente a una oficialía civil, y luego a la Iglesia, donde nosotros éramos padrinos, testigos, y compinches de aquella decisión basada en el encanto de una pareja que procrearía una familia, de gente útil y decorosa. Amaba entrañablemente a sus seres queridos. Cuando su compañera, Gloria o Lidia (es la misma), sufrió los efectos de radiaciones que suprimieron por unos meses su cabellera, en el proceso de curación de una enfermedad, Federico nos sorprendió a todos, cuando apareció sin un pelo en su cabeza, ni barbas, ni bigotes, hasta el grado de que no lo identificábamos. Sublime imagen fusionándose con ella, en el amor sin límites, él era ella, corriendo simbólicamente su misma suerte. Nos quedamos estupefactos. Ante su partida dolorosa, yo quiero para él, Federico, un vals de mariposas aligerando el vuelo de su alma, en alas del viento y los cuásares cósmicos, en audición de musas, trapecio inefable de las energías conscientes de Dios.

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