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Tiempo para el alma

“Diré yo al Señor: Esperanza mía y castillo mío; mi Dios en quien confiaré”. Sal. 91. 2.

No nos dejemos vencer por las adversidades. No nos postremos ante la aflicción.

No nos entreguemos al dolor del alma. No caigamos en los brazos de la depresión. No sucumbamos ante las decepciones.

Tras cada día alcemos nuestros ojos y fijemos nuestra mirada en Jesús, y busquemos el apoyo del Señor. Él es nuestra esperanza y nuestro castillo; nuestro refugio en la tormenta nuestro puente sobre el abismo; “mi Dios en quien confiaré”.

Dice el Salmo 91: “porque has puesto al Señor que es mi esperanza, al Altísimo por tu habitación, no te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada. Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden todos tus caminos”.

¡Amén! Es que si Dios está con nosotros, nadie vencerá en contra nuestra.

Tanto en los momentos de alegría como en los de tristeza, acudamos a nuestro Dios. Y antes de emprender una tarea, por pequeña que sea, pongámosla en manos del Señor, pidámosle que tome el control, y los resultados serán fabulosos.

Porque Dios no falla ni nos desampara.

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