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LO QUE NO SE VE

Los tiempos de la mentira

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Ricardo Pérez FernándezSanto Domingo

Es la época en la que vivimos. Para este año 2016, el Diccionario Oxford eligió el neologismo de la “posverdad” como palabra del año. Esta, al definir una dinámica en la que la opinión pública se genera, primero en función de factores emocionales y de creencias personales, y luego, en segundo plano, sobre la base de hechos objetivos, describe fielmente el escenario en el cual se desarrolla la política de estos tiempos.

Si bien al advenimiento de las nuevas avenidas de comunicación --el surgimiento de las redes sociales, facilitado por la masificación del internet- era lo que transformaría para siempre el ejercicio de la política, fruto de que estas redefinirían el marco de interacción entre políticos y sociedad, y porque las mismas daban paso a una inusitada bidireccionalidad en la comunicación entre elegidos y electores, nadie previó que el encumbramiento de la mentira sería su principal producto.

En la dimensión teórica, siempre se supo que el internet, y en especial las redes sociales, podrían servir como canales propagadores de historias y noticias falsas. Sin embargo, esa misma teoría rezaba que al tener tanta información a nuestra disposición, y al encontrarnos expuestos de manera permanente a puntos de vista divergentes, no solo disminuirían nuestros distanciamientos ideológicos y la acritud que estos provocan, sino que la verdad resplandecería, puesto a que resultaría muy sencillo y expedito comprobar la falsedad de las informaciones. Esta presunción ha resultado totalmente equivocada, y hoy nos encontramos ante un nuevo punto de inflexión: la mentira descarada y sistemática como categoría política.

Y mientras todavía hay espacio para discutir si las redes sociales, por sí mismas y al margen de los medios tradicionales, representan un foro de difusión y discusión lo suficientemente arraigado como para otorgar la victoria a una propuesta electoral, la mentira, ahora disfrazada de “posverdad”, ya aparenta haberse granjeado dos importantes triunfos.

Triunfos en la era de la “posverdad” El Diccionario Oxford, al elegir esta palabra del año, explica que a pesar de que este concepto de la “posverdad” ha existido por más de una década, ha sido el contexto provisto por el proceso del “Brexit” y de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, lo que en definitiva les convenció de lo oportuna que resultaría su decisión. Y es que en ambos procesos electorales, la adulteración de los datos, la tergiversación de la noticia y la fabricación descarada de mentiras, resultaron determinantes. Esto así, porque en ambos procesos, las manipulaciones y las falsedades tejían una narrativa cónsona con los sentimientos prevalecientes de una franja significativa del electorado; en el caso de Gran Bretaña, era la sensación de que perdían el control, la prosperidad y la identidad cultural de su país por las imposiciones de la Unión Europea; en Estados Unidos, era el sentimiento de que la migración, los términos del comercio internacional, al liberalismo social y cultural y la corrupción del sistema político era lo que impedían que estos retornaran a un pasado glorioso.

La premisa fundamental de que como especie los seres humanos somos primordialmente racionales y luego emocionales ha quedado hecha trizas, ya que ambos procesos demostraron incuestionablemente que en estos tiempos la verdad está condicionada, primero, a si siento creerla, y segundo, a si resulta conveniente aceptarla. Aquellos tiempos donde toda discusión política tenía un mismo punto de partida -los hechos verificables y la información fáctica- han quedado atrás. Ahora, el internet y sus foros compartimentados edifican en torno a cada quién, una burbuja de creencias y predisposiciones que termina por alejarnos de todo aquello con lo que no estamos de acuerdo o no entendemos, y acercándonos solo a aquello con lo que nos identificamos y que nos resulta compatible con nuestro sistema de valores y credos.

Lo anterior, no solo presenta un inmenso reto para la política y los políticos, sino que además para la prensa. ¿Cómo hacer frente y contrarrestar esta tendencia, donde los hechos y la verdad fáctica pasan a ser secundarios en la conformación de la opinión pública? Es una interrogante que, en frenesí colectivo, la industria de la prensa escrita y de las cadenas noticias 24/7, buscan responder antes de que su rol como cuarto poder del Estado y como establecedores de los temas de agenda, sea engullido por los principales actores de la “posverdad”.

Facebook y Google, fuentes cada día más poderosas en la difusión de informaciones y noticias, luego de comprobar que en las semanas previas a las elecciones estadounidenses, las noticias de mayor propagación e impacto fueron todas falsas ---y en detrimento de la candidata demócrata Hillary Clinton---, han empezado a establecer ciertos mecanismos de depuración, en un intento de divorciarse de la entronización definitiva de la “posverdad”.

Aunque el Diccionario Oxford haya seleccionado este concepto como palabra del año, principalmente por incidencia en los procesos del “Brexit” y de las elecciones norteamericanas, este es un fenómeno que ya viene apreciándose en otras latitudes del mundo, lo que ha llevado a algunos países de África y Asia, por ejemplo, a restringir el acceso a algunas redes sociales y a algunas páginas web, en las semanas previas a los procesos electorales.

En América Latina también empieza a decir presente el fenómeno, y en nuestro propio país, un caso en particular, podría constituir el primer episodio de la “posverdad” de al menos esta, la era digital.

Caso dominicano de la “posverdad” Algunos recordarán la larga discusión que concitó el monto registrado como déficit fiscal para el año 2012. De hecho, quien suscribe publicó sobre el tema una serie de dos escritos, en las páginas de este mismo diario, que perseguía esclarecer las tantas desinformaciones, y los tantos mitos y falsedades que se tejieron sobre este.

Primero, independientemente de lo que establecían los datos fácticos con relación al monto total del mismo, cada quién, en función de sus preferencias políticas y de su nivel de aprecio o desprecio hacia el presidente de entonces, escogía su cifra preferida. Así, algunos llegaron a situar dicho déficit en 225 mil millones de pesos, a tal punto que aún a finales de 2013, momento en el que evidentemente el año fiscal de 2012 ya había cerrado, algunos periodistas y hacedores de opinión pública se referían a dicho déficit como una cifra aún creciente: “el déficit del año pasado, que ya va porÖ”. El monto real del déficit fiscal de 2012 fue de 153 mil millones.

Otra de las narrativas instaladas por la vorágine de aquella discusión, era que dicho déficit constituía un fraude -por tratarse de un robo- al Estado dominicano. Es decir, que aquel excedente de egresos, suplido por financiamientos, en lugar de representar un monto adeudado, realmente lo que representaba era la suma de un enorme latrocinio. Pero si esto fuera cierto, todos los déficits fiscales, grandes o pequeños, fueran por igual robos sistemáticos perpetrados en contra del Estado dominicano. Si así fueran las cosas, entonces ¿por qué no continuamos protestando por los “robos” que se siguen cometiendo contra el Estado dominicano anualmente, toda vez que seguimos registrando estos déficits año tras año? La primera respuesta a esto sería, porque dicho argumento constituye una estupidez que se aparta de la verdad y la lógica; la segunda respuesta sería, porque en el 2012 lo que movió aquellas protestas no fue ni la verdad ni la lógica.

Pero formularnos preguntas como la anterior no tienen ningún sentido, porque como hemos dicho en estas mismas líneas, la “posverdad” no responde a la racionalidad, sino a la emotividad, y su característica distintiva es la evaluación de la verdad de conformidad con dos parámetros: si esta no diverge de mi estado de ánimo, y de si resulta conveniente asimilar la misma.

Ahora como nunca, la prensa y aquellos con capacidad de generar opinión pública tendrán que apelar a la creatividad, al trabajo en equipo y a la perseverancia, si es que lucharán contra la incertidumbre tiránica de la “posverdad”. Incertidumbre, porque las mentiras singlan sobre los vientos que más soplen, y los vientos son cambiantes. Tiranía, porque no hay nada más abusivo, intolerante e incorregible que la imposición, al margen de la siempre sospechosa y deleznable racionalidad, de una mentira abrazada emotiva e instintivamente.

Si la democracia representativa y los valores de las democracias liberales han de perdurar, la “posverdad” tendrá que combatirse hasta reducirla a fenómeno pasajero. Si no, se escribirán páginas tristes y trágicas en los anales de la historia. SFDASFS

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El autor es economista y politólogo Lea la historia completa en Economista

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