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EL CORRER DE LOS DÍAS

Elogio y sentido de Los Paredones

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MARCIO VELOZ MAGGIOLOSanto Domingo

En reciente artículo de Bernardo Vega, el mismo hace un formidable recuento de lo que fuera llamado “Cultura de Los Paredones. Uno de los fraudes arqueológicos de más importancia en el país, si no el que más.

Debo confesar que el entusiasmo por la Cultura de los Paredones nos llevó a la idea de ir a España con un préstamo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y de la Fundación de Crédito Educativo, con la finalidad de cursar la carrera de Historia de América con énfasis en Prehistoria americana. Los Paredones fueron un notable encuentro entre la búsqueda de una identidad y el orgullo de muchos de sus seguidores y creyentes. El hecho era que en el país aparecía una formidable cultura desconocida en América, y que el arqueólogo Emile de Boyrie de Moya, el sham‡n de nuestros estudios prehistóricos, la confirmaba como auténtica desde el lecho o lugar en donde estaba ya postrado, y que el Dr. Irving Rouse, experto en arqueología del Caribe en la Universidad de Yale, expresaba, aunque con dudas, la posibilidad de que esta cultura fuera cierta.

En casa del arquitecto José Antonio Caro Álvarez se hizo una “reunión cumbre” y Los Paredones fueron bautizados con la presencia de muchos que exhibíamos el entusiasmo de los aficionados. El notable escultor Antonio Prats-Ventós hizo demostraciones de la resistencia del material con una sierra eléctrica impresionante, y el doctor Francisco Henríquez Vásquez señaló que la aparición de Los Paredones era, o podría ser, el resultado de una “hecatombe mágica”, etiqueta que nunca entendimos del todo. Ya en España, a pesar del catálogo de piezas que haría Luis Chanlatte para la Universidad Autónoma de Santo Domingo (aunque dijera luego que él nunca había considerado a Los Paredones como auténticos), estalló la verdad como una bomba. Guardo ese catálogo. Yo había publicado, como dice Bernardo, su artículo, un texto sobre la “cultura de Los Paredones en la revista Mundo Hispánico, ya en Madrid. (Guardo el catálogo de Chanlatte, lo mismo que un primer folleto mío tratando de explicar el fenómeno).

Pero en mi caso, Los Paredones fue un movimiento positivo que no hemos aun valorado; pese a ser considerado como un fraude arqueológico. En su visión afro-taína, fue un modelo de arte popular que revela la imaginación de sus creadores, los que aprovecharon el entusiasmo de muchos de los aficionados, para ventas que aceleraron la producción. Benyí fue el propulsor del movimiento popular de Los Paredones, pero Benyí no fue el gran creador, y si un promotor, sino Regino y varias mujeres entre las que habla una nominada como Juana la Palomera, cuyas palomas fueron parte admirable del trabajo popular.

Diría que la demanda puso al descubierto la realidad del movimiento, y que los grandes compradores recibieron con desilusión el derrumbe de la validez de sus colecciones. Yo estaba en España estudiando arqueología y con ello saliendo de mi condición de aficionado porque me profesionalizaba, y el efecto para mí fue devastador. Pero bajo la dirección del arqueólogo americanista José Alcina Franch, me repuse, aprendí a valorar los objetos verdaderamente arqueológicos, y repasado mi “aficionismo”, retorné al país para iniciar valorar una labor que se había disparado con una espuma en la colección de objetos que realmente “no eran una falsificación”, sino el producto de una imaginación afro-indígena tardía y con valor considerable. José Antonio Caro, quien fue el garante de parte de mis estudios, propietario de una de las colecciones más completas de Los Paredones, decidió tirarla, lo que hizo para deshacerse de su pasión por el mundo nuevo que se descubría y que la ilusión de los compradores consideraba una auténtica revelación del pasado.

Los pocos o muchos poseedores de piezas de Los Paredones, deben organizarse para una exposición capaz de presentar un arte, (porque es un arte), en el cual elementos de muestra cultura brillan; un arte despreciado y quizás vergonzante para los que gastaron su dinero creyendo que acumulaban riquezas arqueológicas de mayor valor que el gasto que realizaban.

En aquella reunión en la casa del arquitecto Caro, donde Chito Henríquez hizo su interpretación y Prats-Ventós señaló a sierra limpia la capacidad prehistórica de los creadores para vencer a mano las piedras estalactitas de la Cueva de Los Paredones, conocí a un jovencito llamado Manuel Antonio García Arévalo, quien observaba sin comentar. Tratando de entender lo que nosotros dábamos como cierto. Ya sentía pasión por el arte indígena. Paredón es sello nuestra amistad y hasta hoy sigo hoy siendo su amigo. Y me enorgullece que se haya convertido en un serio investigador en varias áreas de la cultura, pasión que también, en parte, se inicia con el fenómeno que comento, el que siendo un modelo con forma genéricamente étnica y creativa muy novedoso, abrió las puertas para un interés sano por las ciencias antropológicas, y por las piezas reales de una arqueología científica. Esto en parte lo debemos a la “Cultura de Los Paredones”.

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