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Recolonización en las Antillas

Para mí, arribar a Bonaire era reencontrarme con un susurro religioso casi celestial; no porque conociera aquel encantador trozo de tierra, sino por el hecho de que durante mi niñez escuchaba con frecuencia una voz dulce y esperanzadora, que desde la radio del vehículo de mi padre emanaba como efluvios cargados de vida propia. Eran breves charlas impartidas por Alfonso (Fonchi) Lockward quien al concluir sus consejos era seguido por el mensaje que identificaba a la emisora: “Transmite Radio Transmundial desde Bonaire, Antillas Holandesas”.

Desde aquellos sermones hasta la semana pasada, en que estuve físicamente en Bonaire, han pasado algunos años y, a diferencia de mis primeros contactos con la isla, esta vez, mi presencia en su suelo se relacionó con cuestiones de orden político, movidas a raíz de una invitación que me cursaran compañeros de partidos afiliados a la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina y el Caribe, Copppal, que presido desde mayo pasado.

Un tema que se ha hecho recurrente en las últimas plenarias de nuestra organización continental, marcó la agenda: los temores a un proceso de recolonización por parte de Holanda a las islas que conquistaron durante la orgía imperial que se desató en América y que tuvo como frontera a todas las Antillas, como bien lo narra Juan Bosch en su libro “De Cristóbal Colón a Fidel Castro, el Caribe frontera imperial”: desenfreno que creó un monstruo geófago que exhibe sus huellas en bien conservadas estructuras esclavistas que muestran hileras de casuchas de más o menos un metro de largo, por uno y medio de ancho, en las que dormían siete hombres, lo que contrasta con la mansión del esclavista.

Pues bien, los compañeros de Aruba, Curazao y Bonaire, que junto a las otras islas conocidas como holandesas, han venido luchando por la descolonización, piensan que algunas acciones promovidas por el reino holandés, desconocen acuerdos suscritos en la Naciones Unidas en 1954, en los que los europeos hicieron el compromiso de iniciar un proceso de cesión de soberanía que implicaba informes anuales sobre la marcha de lo pactado, lo que, a decir de todos los partidos presentes, se agrava con medidas recolonizadoras.

Así, por ejemplo, los compañeros de Bonaire, alegan que la medida que permite que entren a la isla holandeses europeos sin ningún tipo de control, y que además puedan, a los tres meses, ejercer el derecho al voto, procura crear una mayoría electoral que se imponga a la voluntad de los nativos en cuestiones que deben definirse mediante referéndum; para ellos, esto no es más que el inicio de la recolonización.

A curazoleños y arubeños les preocupan decisiones interventoras que echan por la borda pactos de separación. Los dirigentes de Aruba se quejan de que Holanda les impuso un gobernador, un “colegio de supervisión financiera” y el traslado de su corte de justicia a Curazao, lo que viola la autonomía concedida en 1983 tras la lucha que libró Bertico Croes junto a otros dirigentes, lo que a decir de algunos, le costó la vida.

La intervención administrativa y financiera en Curazao les irrita, y exigen que Bonaire, Statia y Saba sean incluidas en la lista del comité de descolonización de la ONU, cuestión que comparte la Copppal, a la vez que cree existe un proceso de recolonización.

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