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Los desafíos del liderazgo en AL

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Laura Chinchilla MirandaSanto Domingo

Hace más de dos décadas, el escritor mexicano Carlos Fuentes nos regaló una de sus más destacadas obras, titulada: “El espejo enterrado”. En la misma, el autor establece un paralelismo entre la construcción de un edificio que nunca se termina, pese a que se sigue levantando lentamente, y la construcción de América Latina, a la cual describe “creciendo pero inacabada, enérgica pero llena de problemas en apariencia irresolubles.” Para Carlos Fuentes, “nuestros problemas son nuestro negocio inacabado.”

Hoy, cuando varios países de nuestra región dejan atrás una década de crecimiento y bonanza para hundirse en el estancamiento económico; cuando las tasas de reducción de la pobreza y expansión de la clase media de inicios de siglo no parecen resultar sostenibles; cuando luego del despertar democrático iniciado en la década de los años ochenta, vemos el resurgimiento de autocracias y el deterioro de libertades fundamentales en algunos países, podemos decir que la imagen de ese edificio inacabado sigue siendo la que con más precisión describe a esta región.

Algunas de nuestras naciones han estado, en diversas ocasiones, en la cima del crecimiento o a las puertas de culminar importantes tareas del desarrollo; sin embargo, una crisis económica, política o social, han sido suficientes para echar por la borda el progreso alcanzado.

Nos encontramos en una nueva encrucijada que nos plantea la urgente necesidad de abordar las reformas estructurales que por mucho tiempo hemos pospuesto; las reformas que nos permitan resolver favorablemente la ecuación que integre crecimiento económico, justicia social y democracia política. Para ello debemos enfrentar tres grandes retos: el reto de la productividad, el reto de la equidad, y el reto de la gobernabilidad.

Se estima que el nivel de productividad de las empresas de nuestra región es apenas del 50% de las empresas instaladas en Estados Unidos. Para remontar este desafío debemos hacer más robustos y sostenibles nuestros avances en educación, innovación, infraestructura, acceso a redes digitales, energía, acceso al crédito y marcos regulatorios más modernos y eficientes. La región debe aprovechar mejor sus fortalezas en la atracción de inversión y propiciar mayores encadenamientos con la producción local.

En materia de equidad, debemos proteger a los nuevos sectores de clase media y seguir avanzando en reducción de pobreza y desigualdad. Para ello debemos ir más allá de la ampliación de los niveles de cobertura en educación y salud, y mejorar la calidad de estos servicios. Debemos acelerar los procesos de capacitación para el empleo y generar, de la mano del sector productivo, empleos de calidad. Uno de los aspectos más críticos cuando hablamos de las brechas sociales en América Latina, son las débiles y regresivas estructuras tributarias prevalecientes, lo que nos obliga a impulsar cambios a las mismas que se acompañen de mayor eficiencia en el sector público y contención de la corrupción.

Especial valor debemos asignar al fortalecimiento de la democracia y del Estado de Derecho. Arropados por la apariencia de elecciones libres y gobiernos mayoritarios, varios estados de la región justifican reelecciones indefinidas, desconocen la independencia de poderes y violan derechos humanos fundamentales. El impulso de la educación cívica y la cultura política, deberán ir de la mano de instituciones más íntegras y transparentes, pero también de instituciones más eficientes capaces de garantizar a los ciudadanos la más básica condición de cualquier pacto social: la seguridad. Este último aspecto se vuelve especialmente crítico en un momento en que el crimen organizado ha desplegado como nunca antes sus redes de influencia en algunas zonas de Latinoamérica.

Finalmente, debemos destacar que para enfrentar todos estos desafíos, requerimos de un liderazgo que rompa con los males endémicos que ha caracterizado el liderazgo en nuestra región: el cortoplacismo, el clientelismo y el populismo.

Frente al cortoplacismo debemos cultivar un liderazgo visionario y riguroso, capaz de tener un rumbo claro hacia dónde avanzar y constancia para mantener el paso y sostener las reformas necesarias.

Frente al populismo, debemos cultivar liderazgos responsables. Liderazgos que más que la búsqueda de “leales seguidores”, promuevan ciudadanos críticos e informados. La calidad de las democracias, depende sobre todo de la calidad de su ciudadanía.

Frente al clientelismo debemos construir liderazgos de fuertes convicciones democráticas y sólidos principios éticos. Un liderazgo capaz de responder a los desafíos del desarrollo con más y no menos democracia.

Expresidenta de Costa Rica

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