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Cuenta pendiente de Carmen Imbert

El estilo es cortante. Con una maestría depurada, incisiva. Sus textos son oscilantes. Se mecen en la escritura con incierto destino categórico. Suprime las certidumbres y nos crea un terreno movedizo donde las palabras apenas nos tocan y siguen revoloteando, inaprensibles, de óleo fugaz y flamígero. Stephan Mallarmé pretendió vencer la hoja en blanco, crear un armazón textual en búsqueda de la sensación verbal del mundo exterior. El poeta francés usó el lenguaje para plasmar nuevas formas a través de las cuales pudiese domar la página en blanco.

“El destino es una página en blanco”, por lo demás tutelado por el azar en todas sus variables. Si algún color tiene el silencio es el blanco. Ella vence puntualmente la hoja en blanco, con una simetría poética compleja, es su territorio, en él, ella danza y sortea. Como en un aquelarre divergen todos los fonemas, las categorías axiomáticas de la lengua. Ella es insinuante, alusiva en ese peldaño expresivo de su prosa, denuncia complicidades, las enuncia, las muestra, y desaparece por oficio de sortilegio, no marcha hacia la utopía, viene de ella sin entregar la espada, delata la vaciedad del paraíso. Se balancea como el oleaje del mar, libérrimo, infinito. Anabel Cristóbal, dice de Mallarmé, que su escritura no podía converger con la historia, “sin modelo ni una referencia segura, bajo una actitud escéptica del que ve, que el mundo es una caverna de sombras, sólo le quedaba el crear, crear un orden ontológico a través de la escritura”.

Ella conceptualiza, norma los parámetros, establece las coordenadas, viene de un inefable futuro que es acertijo y ficción de cielos, sus ojos son una iniciación de arcabuces y ternuras, un antiguo aleluya de la historia, nadie puede apagar el lucero que escribe, desde el abismo, su itinerario de maqueta y leopardo. Es Carmen Imbert Brugal. Nos conocimos una tarde frente al mar, leyendo poesías, el alba se deshilaba, los versos eran alfileres lapislázulis, bajo su mirada de amiga en la ciudad nerviosa, todavía embanderada del abril querido. Puedo decir, sin que nadie me pregunte jamás, que doy constancia de su honestidad, de su reciedumbre, de su pálpito histórico. Puedo decir más, que es escritora formidable, que escribe poemas y novelas, esquelas del amor y el desamor, que es jurista, que conoce las leyes y el sistema que la prohíja, que disiente, que arguye, que discute, que libra fieros combates contra la injusticia, y luego reasume su infinita libertad de mujer templada, ejercitada en la edad de la razón.

Alguna vez presenté su narrativa en la ciudad amurallada, lo hice investido de ese afecto que Carmen me dispensa, generosa en la urdimbre de cántaros, duendes y abrazos. ¿Qué somos sino criaturas fugadas del sueño, que travesean en la llovizna y en los lienzos de la ciudad pequeña? Quiero decir que Carmen es inmanejable desde el punto de vista ético. Su responsabilidad trasciende. En muchas ocasiones no estamos de acuerdo, pero no podemos impedir salvar ese puente etéreo que hicimos los dos, alguna vez, para no quedarnos fuera del desfile magno de la gente que se quiere. Carmen es una formidable opción de verticalidad y corrección en las nuevas funciones en la que ha sido escogida. Debí escribir antes, desde que algunos insensatos pretendieron vetar su nombre.

No tuvieron sentido ni equilibrio para conocerla. No responderá a ningún partido ni tampoco al Poder político, coincidirá con quien tenga que hacerlo para llenar de probidad el conjunto de sus decisiones. Estas son cuartillas que pretenden ser objetivas, aunque admito que al hablar de ella, hay una sustancial percepción, una gravitación sutil de admiración, de la Carmen que yo conozco, con la cual he compartido tiempo valioso de lecturas y formulaciones sociales e históricas. Las funciones de la Junta Central Electoral, su enorme compromiso con el país, cuenta entre otras distinguidas y apreciadas personalidades, con esta mujer competente, difícil en el sentido de que nadie se puede aproximar a ella, si no tiene los valores, la formación, la sensibilidad y la capacidad de indignación, con los cuales ella vive su propia vida. No cometo excesos, no sobredimensiono, me remito a un apostolado existencial, pleno de voluntad y conciencia, con el cual ha trazado el destino de su trayectoria pública y privada. Leo con fruición sus artículos semanales, siempre me sorprende, atisba y pone patas arriba la historia y sus personajes, irrumpe con el arma de la crítica a veces mordaz, implacable, el escenario de todas las farsas, sin sumarse a ningún carruaje ideológico. Es una burlona del esquema establecido por la taumaturgia de un plenario de farsantes.

Se regodea, se pasea arma en ristre, la palabra, y vierte sus ideas con coherencia y brillantez. Ella vence la página en blanco de Mallarmé, salta sus tanteos limítrofes, busca hacia fuera la espaciosa luz de un sentido posible, de una estela esplendente que desordene y luego ordene, en libertad absoluta, los múltiples circuitos de la vida en libertad. No puedo describir sino la superficie, el plano y la textura de esta amiga mía, Carmen Imbert Brugal, que tiene cuentas pendientes conmigo, como por ejemplo, seguir leyendo poemas frente al mar.

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