El origen de los patriarcados
Cuando la Iglesia primera necesitaba determinar un asunto importante, de la fe o de la moral, se reunía en sínodo. La palabra significa literalmente “con camino”, es decir, un “caminar juntos”. Se reunían para caminar juntos con una misma mente y corazón.
Una de las características fundamentales de la comunidad de Jesús es la unidad. Escribiendo hacia el año 57 Pablo exhortaba así a la dividida comunidad de Corinto: “Les ruego, hermanos, en nombre de Cristo Jesús, nuestro Señor, que se pongan todos de acuerdo y terminen con las divisiones; que encuentren un mismo modo de pensar y los mismos criterios” (1™ Corintios 1, 10).
Desde el siglo III, los sínodos se celebraron en las capitales de la Provincia. Los patriarcados se establecieron en algunas sedes de obispos que habían dado origen a otras diócesis y por ese u otros motivos ejercían sobre ellas una autoridad moral. Así pues, los patriarcados era también sedes metropolitas. Con el tiempo se aclararían las competencias de patriarcas y metropolitas.
En el año 325 el Concilio de Nicea, el primero de los Concilios ecuménicos, confirmó el ordenamiento de los metropolitanos, es decir, el ordenamiento de los obispos cuyas diócesis eran origen de otras. El Concilio de Nicea reconoció estos patriarcados: Alejandría, Roma y Antioquía. En la antigüedad cristiana, llegarían a destacarse cinco ciudades: Alejandría, Antioquía, Roma, Constantinopla, Jerusalén. Ya para el siglo III, Alejandría era la ciudad centro de una red de relaciones entre todas las comunidades de Egipto. Antioquía no estaba enmarcada en un territorio organizado cultural y políticamente, solo gradualmente fue alcanzando su dignidad patriarcal. Jerusalén, con su dignidad histórica incomparable, luego de las destrucciones de Tito, el año 70, y de Adriano (132 - 135, reprimiendo la rebelión de Bar Kojba), solo recuperó su rango luego de las edificaciones de Constantino y de las peregrinaciones.
¡Roma fue el único patriarcado de Occidente!
Al fundar Constantinopla, la “Nueva Roma” en el 330, Constantino creó una ciudad y una sede rival de Roma. Constantinopla será la primera metrópoli “puramente cristiana”. En ella, no había como en Roma los vestigios de templos paganos, sólo había iglesias.
En el año 330 la ciudad de Constantinopla fue consagrada como segunda Roma. Cuando Roma vaya decayendo durante los siglos IV y V, Constantinopla mantendrá su esplendor. La rivalidad entre Roma y Constantinopla, la nueva Roma irá aumentando a lo largo de los siglos. Finalmente, como veremos más adelante, en el 1054 sucedió la división entre Roma y Constantinopla. En Constantinopla se creó la leyenda de su fundación por el apóstol Andrés. ¿Por qué ponían a Andrés como fundador? Porque Andrés, conoció a Jesús, ¡antes que Pedro! (Juan 1, 40 - 41) Y eso le daría más importancia a Constantinopla que a Roma. Los patriarcas de Constantinopla muchas veces pretendieron ser más importantes que el Obispo de Roma. De hecho, cuando Roma decayó hasta la ruina, Constantinopla mantuvo su esplendor económico, cultural, teológico y militar hasta 1453. La historia de los patriarcados fue en buena medida una historia de competencia, celos y rivalidad.
A partir del siglo V, ya el Papa no residiría en la ciudad más importante del amenazado Imperio Romano, pero el Papa disfrutaba de cierta libertad en Roma, porque normalmente el Emperador residía en Constantinopla. En algunas ocasiones, los papas vivieron bajo el temor de los reinos arrianos del norte de Italia. En otra, el Obispo de Roma pudo desarrollar su autoridad eclesial en Occidente con mayor facilidad. Se libró de ser “un obispo palaciego”, un obispo marioneta de los intereses del emperador y su corte, como muchas veces le ocurrió al Patriarca de Constantinopla. Los francos, carolingios y otones protegerían al papado. Los condes vecinos de Italia llegarían a controlarlo durante los siglos IX y X, tiempos oscuros de la Iglesia.