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FE Y ACONTECER

"Dad los frutos que pide la conversión”

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Cardenal Nicolás De Jesús López RodríguezSanto Domingo

Segundo Domingo de Adviento - Ciclo A

a) Del profeta Isaías 11, 1-10. Se trata de una meditación rica de imágenes poéticas. El punto de partida es que la dinastía davídica se ha reducido a un tronco y a una raíz. El profeta interviene para decir que donde ha fracasado un proyecto humano, el Señor puede hacer surgir algo inesperado y nuevo: “Aquel día brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz brotará un vástago”.

Sigue la descripción del Mesías y de la sociedad nueva que Él debe guiar: Será el Espíritu del Señor el que conducirá al elegido con sabiduría, inteligencia, consejo y fortaleza, creando el verdadero conocimiento y el temor del Señor. Por este don del Espíritu de Dios, el Mesías instaurará un régimen de justicia, en el cual los pobres y los oprimidos serán tratados con equidad, como iguales con los demás, no con intervenciones violentas, sino con la fuerza persuasiva de su Palabra.

El mundo mesiánico nuevo es descrito con imágenes de una paz paradisíaca (vv.5-8). La diversidad de los animales, la multiplicidad de ellos y de sus características contribuyen a crear un “paraíso” hermoso, no lacerado por la violencia recíproca, sino animado de una paz universal. Estas imágenes son la representación del mundo mesiánico que el Señor quiere suscitar. De hecho, todo dependerá de la acción de Dios: “porque la sabiduría del Señor llenará el país”. El mundo mesiánico nuevo no será fruto de iniciativas o tratativas humanas, sino que será como una nueva creación de Dios.

b) De la Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 15, 4-9. San Pablo, en su carta a los Romanos, indica algunas condiciones fundamentales y la conducta práctica que deben reinar en la comunidad cristiana en cuanto es el pueblo mesiánico que vive en la esperanza del cumplimiento perfecto.

La comunidad mesiánica deberá ser como el “estandarte de los pueblos”, es decir, un modelo y un reclamo para toda la humanidad. Dios solo es rey de justicia y de paz, que puede hacer que nazca un mundo nuevo.

La ley fundamental del pueblo mesiánico es de “tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús”: “El Dios de la esperanza les conceda tener los unos hacia los otros los mismos sentimientos de Jesucristo”. Una segunda característica de la comunidad mesiánica es la unidad en la alabanza y acción de gracias a Dios: “Con un solo corazón y una sola voz den gloria a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo”.

Una tercera nota distintiva de la comunidad mesiánica es la acogida recíproca: “Acogeos los unos a los otros como Cristo os acogió”. La comunidad mesiánica existe realmente donde se acoge con sinceridad como hizo Jesús con todos los que encontraba. La cuarta nota fundamental es la escucha de la Palabra de Dios: “En virtud de la perseverancia y de la consolación que nos vienen de la Escritura tenemos viva nuestra esperanza”. La Iglesia es comunidad mesiánica de esperanza que se alimenta de las Escrituras.

c) Del Evangelio de San Mateo 3, 1-12. Aquí aparece la figura gigante de Juan el Bautista, que viene a unirse a los grandes profetas del pasado, Juan recibe la antorcha del relevo de Isaías para ser la voz que grita en el desierto: “Conviértanse, porque está cerca el reino de los cielos”. “Preparen el camino del Señor; allanen sus senderos”.

San Mateo describe brevemente la figura impresionante de Juan el Bautista. Su indiscutible poder no radica en un estilo dulce, lisonjero o halagador, sino en su talante austero, penitencial, radical, de servidor insobornable de la verdad. Su lenguaje, su atuendo, su menú y su hábitat perfilan a un hombre carismático, que es el primero en vivir el mensaje de conversión que proclama, por eso acuden multitudes a escucharle en el desierto de Judea. No cabe ninguna duda de que él es el personaje descrito siglos antes por Isaías: “Una voz grita en el desierto: preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”.

Sabemos también que San Juan evangelista en el magnífico prólogo de su evangelio muestra a Juan Bautista al servicio de la más sublime misión que puede confiarse a un mortal: ser embajador y testigo de la Luz, que es Cristo, “para que todos creyeran por él” (Jn. 1, 6-8). También Jesús reservó para Juan Bautista un elogio extraordinario: Juan es profeta, más que profeta. Es el más grande de los nacidos de mujer. Y, sin embargo, por quedar todavía en el límite del Antiguo Testamento sin traspasar la puerta del Nuevo, el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él. (Mt. 11, 9-11)

Juan hereda y plasma en su predicación el mensaje de conversión de los grandes profetas del Antiguo Testamento, es como si fuera el eco de todos ellos. Una sola frase condensa toda su predicación: “Conviértanse, porque está cerca el Reino de los cielos”.

Según el Bautista, el motivo de la conversión es doble: la proximidad del Reino y la inminencia del juicio escatológico. Así la conversión viene urgida por la proximidad del Reino o Reinado de Dios y la inminencia del juicio que le precede y le sigue, expresado este último con las imágenes del hacha en la raíz del árbol y del bieldo para aventar la parva.

La disposición previa para el cambio total que exige la conversión es reconocernos pecadores ante Dios y ante los hermanos, como hacía la gente sencilla que confesaba sus pecados ante Juan el Bautista antes de recibir el bautismo. Esa disposición previa demostrada por la gente sencilla era la que no tenían por soberbia y cinismo los fariseos y saduceos: “¡Camada de víboras!, ¿quién les ha enseñado a huir del castigo inminente? Den el fruto que pide la conversión”.

Estos llegaban a Juan, pero traían una coartada religiosa: “Abrahán es nuestro padre”. Creían que eso les daba seguridad y autosuficiencia ante Dios; ellos se consideraban mejores que el pueblo despreciable por ser ignorante de la Ley. Pero Juan los desenmascara abiertamente con una dureza increíble. Este ataque del Bautista a los fariseos y saduceos parece ocupar intencionadamente la atención de Mateo, que tiene otro contenido y protagonista más importante, que es Jesús.

En estas semanas de Adviento que la Iglesia nos ofrece, todos tenemos un tiempo especial de conversión para prepararnos a la Navidad. La conversión debe tocar el pecado profundo que anida en nuestro corazón en múltiples formas: egoísmo, soberbia, violencia, lujuria, mentira, apatía, desesperanza, avaricia, entre otras.

Fuentes: Luis Alonso Schˆkel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.

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