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Tiempo para el alma

El profeta Jeremías, abanderado de la justicia, llama “bendito” a quien confía en Dios.

Un criterio que puede partir de la proyección de la persona, de las consecuencias de su concepción de la vida y de sus actos, si observamos de que, del mismo modo, hace la calificación contraria: “Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto”. De quienes ponen su confianza en Dios, en cambio dice que “no deja de dar fruto”, ni siquiera en el año de sequía.

Nos convoca a entender la limitación de nuestra humanidad, a aceptar las bendiciones de la presencia divina en nosotros, a optar por la vida y valores a partir de la fe.

Ciertamente, y lo digo como testimonio, la fe nos abastece en nuestras sequías, esas que nos dejan sedientos de amor, de propósitos, de esperanza; la fuente está ahí, viva y rebosante siempre. No dejemos que nuestros propios tiempos de sequía nos alejen de la bendición de la confianza en Dios, y creamos en que Él que puede transformar el lamento en baile. Ese solo fruto nos llena de vigor para seguir produciendo y cosechando.

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