Santo Domingo 23°C/26°C thunderstorm with rain

Suscribete

EL CORRER DE LOS DÍAS

Un estudio arqueo-literario

Avatar del Listín Diario
Marcio Veloz MaggioloSanto Domingo

Hace ya un tiempo, la arqueóloga y crítica de arte Teresa Zaldívar me pidió que llevara al Archivo General de la Nación un texto que era el que había defendido para su licenciatura en Arqueología en Cuba.

Había considerado los datos de mi novela titulada La Mosca Soldado, para una comparación entre los hallazgos arqueológicos en el sitio de Choro de Maita, y los que yo usaba en mi novela sobre las excavaciones en el lugar El Soco, en la provincia de San Pedro de Macorís. No me costó mucho convencer al Director del Archivo Dr. Roberto Cassà, de que el trabajo de Zaldívar era el único que trataba comparativamente hallazgos arqueológicos en la Republica Dominicana y en otra isla del Caribe, buscando en la literatura la certidumbre de los que ciertos hallazgos arqueológicos reflejaban en la literatura como resultado científica. Con la ayuda del personal del Archivo General de la Nación, en una larga jornada de más de un año destinada al través de Internet a comparar textos y consultas de la licenciada Zaldívar, con quien escribe este texto, ella logró un libro tan novedoso que ha sido publicado por el Archivo, y colocado en las líneas de lo que puede consultarse por la vía electrónica en cualquier lugar del mundo. El modelo es novedoso porque resulta ser un compendio de búsqueda entre la Zaldívar y nosotros, gracias a que ambos somos arqueólogos tropicales, ubicados en el Caribe y con conocimiento de las sociedades precolombinas caribeñas.

El texto de Zaldívar muestra que cuando la imaginación se basa en comunes acciones científicas y literarias, es posible establecer una especie de lenguaje altamente productivo.

Muchos de los elementos que se asoman como palabras y frases interpretables en el Chorro de Maita, tienen su contrapeso y contrapartida en los trabajos que realizamos en el Soco, y que aparecen como parte de una literatura que es generada por la arqueología en mi novela La Mosca Soldado.

Voy a referirme a experiencias arqueológicas, históricas, que son a la vez parte de dos novelas.

Cuando hace ya largos años laboraba con otros colegas en la desembocadura del río Higuamo, (El Soco), tratando de auscultar el corazón de un cementerio indígena en las riberas del mismo, un codo fi no, de mujer, como enarbolando una metáfora, emergió de la tierra del cementerio como un llamado a la imaginación.

Cuando con brocha de pintor mi compadre Fernando Luna Calderón dejó fuera el esqueleto de la que llamé en principio Florbella, aun el codo se mantenía en alto, vertical como un poste de bandera, y alrededor el cuerpo de la mujer enterrada que era como la osamenta de un buque con rasgos humanos.

De pronto la imaginación me dijo que esta mujer joven guardaba una historia, y la historia surgió en mi cabeza como si el hallazgo fuera parte de un extraño documento. Mientras todos dormían en el campamento un día mi compadre Luna Calderón (Galeno) se me adelantó y temprano fue a la tumba indígena poniendo sobre el codo virginal una fl or del manglar cercano, una lila que misteriosa se mantuvo verde por largo tiempo y que mientras cuando luego desarmábamos y recogíamos los huesos de más de cien enterramientos, íbamos dejando para rescatar en un después casi mitológico con el esqueleto de la que fuera por un tiempo Florbella..

Su gracia era tanta que no nos atrevíamos a desmontar los huesos de lo que se fue convirtiendo en un monumento emocional dentro de nuestro interior del año 1200 después de Cristo, una especie de homenaje a la muerte, fosilizada en la sonrisa de aquel personaje ahora con nombre sobre el que hablamos en plena faena de excavaciones arqueológicas del Soco, lugar de bateyes azucareros y de fi estas haitianas, con presente dominicano y pasado aborigen a la vez. Allí se mezclaban tres mundos.

La arqueología no es literaria; conozco pocas novelas de arqueólogos profesionales, entre ellas algunas de .mi profesor Miguel Rivera Dorado y en aquel momento el personaje venía a ser un llamado para inventar una biografía que hasta el instante permanecía varada en un tiempo cubierto por la tierra, las malolientes marismas del río, y los misterios de gentes de aldea que pensaban en términos mágicos, porque para muchos El Soco, una aldea donde el misterio y el oleaje eran hermanos de los alcatraces y las palomas, era un lugar donde las brujas volanderas desovaban y los guaymaros, brujadas indígenas de los espíritus, que nos reclamaban el atrevimiento de desenterrar sus cuerpos, caían sobre nosotros cada día cambiando lentamente nuestra capacidad de ver un mundo que estaba del otro lado de la realidad.

Así comencé a pensar que esta mujer, viva luego en dos novelas consecutivas.

Florbella intentaba, a mi entender, llegar a la realidad del siglo XX y decir su historia nacida en el siglo XIII, en un momento donde se me ocurría que las cruzadas medievales eran coetáneas, y donde seguro que los huracanes del Caribe eran más poderosos y cuando la tumba de Jesucristo, defendida como territorio árabe por Saladino, aun existía luego de la huída de Ricardo Corazón de León abandonando su intento de rescatar el sepulcro mítico y de tocar con sus manos el muro de las lamentaciones.

Pensé en la simultaneidad de los hechos que pudieron haber rodeado, aun a distancia, el momento en el que esta mujer, bañados ahora sus restos por la luz marinera de la desembocadura del río, era enterrada con ofrendas de la planta común a la dieta de aquel sitio: la guáyiga. Y no fue difícil ver con los ojos del sueño, aquel entierro y cómo era llevada en hombros, rodeada de seguidores que la consideraban una diosa de la naturaleza, porque junto a ella volaban centenares de moscas negras, de cintura fi na, las mismas que desovaban en la raíz de la planita llamada “guallaga”, una que era guayada, rallada, y de cuya masa los huevos de dicha mosca formaban parte, cuando la raíz era alimento primrodal de los grupos a los que ella partencia , por lo que en un vasija colocada como ofrenda en la parte lateral del entierro, se encontraron moscas secas , y raíces de la planta. Aquellas razones hechas de pensamiento puro y desnudo, me hicieron creer lo imaginado.

(Los novelistas podemos crear vida hecha de material mental y nuestros personajes pueden ser obra que nadie puede negar, porque vienen desde dentro y forman parte de nuestras experiencias y viven dentro de un fl ujo de imágenes que son nada más que muestras de lo que el pensamiento compone y recompone.

Florbella, convertida en novela corta, disfrutó de éxito, tenía corazón y texto de poema. Mis alumnos de los cursos en la Universidad Central de Venezuela, la leyeron. Mi compadre Mario Sanoja Obediente, eminente arqueólogo, se ocupó de distribuir algunos ejemplares. Mi antiguo y viejo profesor director de tesis José Alcina Franch se ocupó de hacer un ensayo en el que comparó, generosamente, mi pequeña novela, Florbella, basada en datos arqueológicos, con aquellas que eran invento y aventura sólo imaginaria de autores conocidos con una experiencia arqueológica de oídas.

La idea de Las Moscas en la tumba de Florbella me asedió de nuevo, y otra novela, parecida pero diferente, en la que mi compadre Luna Calderón era casi personaje, nacía por la hinchazón de la imaginación, y la reconstrucción de un paisaje con nuevos habitantes. La Mosca Soldado fue el título. El feto lo fue Florbella.

Hay momentos en que, aun lograda una primera creación, la necesidad de retomarla se hace presente.

Ambas narraciones son una muestra de que logrado un texto, el tema puede seguir fermentando hasta convertirse en una visión novedosa de sí mismo, la que permite al escritor presentar la nueva forma de aquello que parecía concluido.

Los trabajos comparativos de Zaldívar, abren un campo de investigación nuevo, el de los arqueólogos y novelistas que han usado sus conclusiones científi cas para crear literatura, y el de los arqueólogos que teniendo formación crítica literaria, logran encontrar en los datos intelectuales, razones científi cas que proporcionan valor no solo a la crítica misma, sino a las confrontaciones del pasado enterrado en las páginas de estudios arqueológicos. Es una combinación nada frecuente, tal vez un primer paso para aligerar la ciencia, o a lo mejor un sendero para explicar que aquello que el científi co no ha podido completar, quizás ha sido completado por la imaginación cuando puede ser convertido en literatura

Tags relacionados