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VIVENCIAS

Para librarse de la tiranía del “yo”

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Juan Francisco Puello HerreraSanto Domingo

Refería en el artículo el egometro y citando a Ignacio Larrañaga, que el “yo” deformado roba al ser humano la paz y la alegría.

Ese “yo” que desarrollamos en el duro trayecto de nuestra vida, señala Larrañaga, siempre está obsesionado por quedar bien, por causar buena impresión y a no darse el lujo de fracasar o equivocarse. Un “yo” que vive ansioso por saber lo que otros piensen de uno, lo que dicen y a estar pendientes de todo cuanto se mueve a nuestro alrededor. En el fragor de estos altibajos, comenta Larrañaga, el ser humano sufre, teme, se estremece. Se instalan en el ser humano junto con la idolatría de la riqueza, que el Papa Francisco coloca junto a dos de los tres peldaños de la “anti-ley” cristiana, donde se puede resbalar: la idolatría de la vanidad y del egoísmo. Es una dura realidad, ya que la vanidad y el egoísmo, atan al hombre a una dolorosa e inquietante existencia. Aclara Larrañaga, que todavía es peor, porque el “yo” pone al ser humano a vivir en constante pie de guerra, y lo mete en un campo de batalla, donde ataca y hiere a los que brillan más que él, utilizando sus armas preferidas para defender su imagen, como son la envidia, la venganza y las rencillas. Para librarse de la tiranía del “yo”, recomienda Larrañaga, dejar de referirse a la imagen ilusoria del “yo”, entonces nacerá la tranquilidad mental. Esa liberación, radica en vaciarse de sí mismo, tomar conciencia y convencerse de que esa falsificación del “yo”, es una mentira, una sombra. Desde el momento que alguien decide dejar de referirse o adherirse a ese “yo”, desaparecen los temores, las angustias y las obsesiones, que son un fuego vivo que quema en el interior de la persona. Una vez se apaga esa llama, sobreviene el descanso, igual que cuando se consume el aceite de la lámpara, que se extingue el fuego.

Desde esa perspectiva, al morir el “yo nace la libertad. Una libertad, expresa Larrañaga, que lleva a vivir libre de todo temor, en la estabilidad emocional, de quien está más allá de todo cambio.

En la lucha perenne contra el falso yo, es importante tener la firme convicción que nadie es mejor que otro, y además que quien cultiva la capacidad de vencer el “yo” que saca a flote las pasiones desordenadas, jamás se doblegará ante lo fatuo.

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