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¡Cuando el tirano pidió excusas!

La idea fija, inamovible, que se tiene del dictador dominicano, Rafael Trujillo, basada en comportamientos y actitudes, se corresponde con la de un déspota, que no admitía la menor disensión o disparidad de juicio. Sin embargo, hurgando los papeles de la historia, que empiezan a airearse, nos encontramos con un mandamás, que en determinados momentos, y dependiendo del escenario, incluso de quienes en ese espacio, ostentaban determinados poderes extranacionales, retrocedía, recogía sus duras palabras, se retractaba. En gran medida Trujillo era un histrión, se excedía en su papel teatral, asumía la pose indicada para cimentar el miedo hacia su figura, miedo escénico que transformaba a los demás en admiradores, en una extraña simbiosis de terror y debilidad humana, que fomenta la subordinación absoluta ante el amo, y degrada a los seres humanos al nivel inferior de la evolución de la especie.

Tim Weiner, reportero del prestigioso diario norteamericano, “The New York Times”, ganador del codiciado ‘’Premio Pulitzer’’, por su trabajo sobre los programas secretos de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, autor de “Legado de cenizas. La historia de la CIA”, acaba de revelar en su obra “Enemigos, una historia del FBI”, entre muchas informaciones, una extraña discusión del Generalísimo Trujillo y el embajador de Estados Unidos en la República Dominicana, Joseph Farland, en los primeros meses del año 1959. Relata Weiner, que el presidente Eisenhower, preocupado con la naciente tirantez con la Revolución Cubana y su tendencia a la radicalización política, informes ofrecidos por el FBI y la CIA, resolvió liquidar tanto a Fidel Castro como a Rafael Trujillo, en el entendido de que Trujillo se había convertido en un obstáculo para la política estadounidense, entre otras cosas, por el hecho de ser un dictador obsoleto, cuyo poder trascendía las fronteras nacionales, afectando aliados y amigos de la política norteamericana. Además no era conveniente liquidar a Castro sin hacer lo mismo con Trujillo, frente a las demandas de líderes democráticos del área del Caribe, amigos de Estados Unidos, que eran irreconciliables enemigos de Trujillo. El presidente Eisenhower, dice Weiner, decidió acabar con ambos dictadores. Anuló hasta el último dólar de ayuda militar a la República Dominicana, e instruyó al embajador Farland, para que conspirara en secreto con los opositores a Trujillo en el país. La conspiración establecía la muerte de Trujillo. Al respecto el embajador Joseph Farland, debidamente citado por Weiner, dice: “Yo estaba en estrecho contacto con la clandestinidad, lo bastante estrecho como para enviar al Departamento de Estado una lista de los disidentes que estaban dispuestos a asumir el gobierno una vez que Trujillo fuera asesinado. Dice Weiner, que para EE:UU era crucial que aquellos hombres fueran anticomunistas declarados. Farland aseguró a Washington que lo eran, “eran abogados, médicos, ingenieros, comerciantes destacados, en general personas que se habían educado en EE:UU”. El hecho histórico impresionante lo fue el choque, la confrontación personal del embajador Farland y Trujillo. El presidente Eisenhower le ordenó a Farland que le comunicara a Trujillo la decisión tomada por el gobierno norteamericano. El relato no tiene desperdicios, veamos lo narrado por Farland: “Fui completamente solo, él tenía a su embajador en Estados Unidos, al jefe del ejército, al jefe de la marina y al jefe de la fuerza aérea, allí de pie, firmes. Estalló. Se puso rojo. Lo que vino luego no se puede repetir. Inició una diatriba contra Eisenhower, mi Presidente. Lo llamó estúpido, dijo que no entendía de política, que no entendía lo que estaba pasando en el Caribe, y lo llamó, hijo de puta. Cuando lo hizo, toda mi diplomacia se vino abajoÖ Decidí que había llegado el momento en que tenía que decir unas palabras en apoyo de mi país, cosa que hice, para terminar diciendo, en cuanto a usted, en mi opinión, no es más que un dictador de tres al cuarto, y su país, comparado con el mío, no es más que una cagada de mosca en un mapa”. Sigue diciendo Weiner, “Trujillo llevaba un revólver. Farland pensó para sí, si parpadeas estás muertoÖ Pero no parpadeé. Parpadeó él. Se acercó rodeando una esquina del escritorio, y me dijo: “Señor embajador, amigo mío, en los momentos de tensión con frecuencia hacemos comentarios que en realidad no pensamos. Vamos a perdonar y olvidar”. “Yo no podía avenirme. Le dije: Trujillo, yo soy cristiano. Perdonaré pero no olvidaré. Me di la vuelta y anduve lo que me parecieron cuarenta kilómetros a través de aquella oficina, preguntándome todo el tiempo si iba a recibir una bala del treinta y ocho (revólver) en la espalda”. Este relato es escalofriante, revela que Trujillo no era tan montaraz como suponíamos. Retrocedía, incluso cuando se le desafiaba, cuando se le contradecía. Aquel dictador a quien no se le podía sostener la mirada, quien no levantaba la cabeza para ver el rostro de los que comparecían ante su despacho, durante 5 a 10 minutos, en un acto de desprecio y soberbia, aquel monstruo imperturbable, lo vemos diciendo que, “perdonemos y olvidemos”. Esa es la diferencia básica cuando se tiene un mandatario democrático y no un tirano, independientemente de cualquier diferencia coyuntural, el demócrata puede responder con energía y decencia, sin necesidad de recular, de desdecirse, como un tartufo, como un Trujillo cualquiera.

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