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FE Y ACONTECER

“Oh Dios, ten compasión de este pecador”

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Cardenal Nicolás De Jesús López RodríguezSanto Domingo

Trigésimo Domingo del Tiempo Ordinario 23 de octubre 2016 - Ciclo C

a) Del libro del Libro del Eclesiástico 35, 15b-17. 20-22a.

“El Señor es un Dios justo, que no puede ser parcial... escucha las súplicas del oprimido... los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan”. Dios no tiene acepción de personas, esta es una verdad afirmada innumerables veces en las sagradas escrituras.

Quien acompaña las ofrendas y los sacrificios, de buenas disposiciones interiores, puede estar seguro de ser grato a Dios y de que sus plegarias serán atendidas favorablemente. Aquí está el secreto de la oración de los humildes.

Hay que repetirlo, el Señor es justo e imparcial. Si alguna vez demuestra predilección por alguien es por los débiles e indefensos. Y en este caso ya no es parcialidad, sino la suprema justicia, puesto que es la manifestación y el ejercicio de la acción salvífica de Dios. Sobre todo, en el orden espiritual, sin excluir el material, ahí están las páginas incomparables del Evangelio para demostrar la predilección de Jesús, el Hijo de Dios, por los pobres, enfermos, pecadores y hambrientos. Éstos fueron los predilectos de Jesús en todo momento.

b) De la Segunda Carta del Apóstol San Pablo a Timoteo 4, 6-8. 16-18.

Estos versículos recogen el testimonio del hombre que ha luchado denodadamente por la causa del Evangelio, por el que está en la cárcel de Roma. Pablo es consciente de lo que le ha supuesto su conversión al cristianismo del que se sentía orgulloso. Sabe que, al final de su atlética carrera espiritual, le aguarda la corona merecida, con la que el justo juez, le premiará en aquel día y no sólo a él, sino a todos los que tienen amor a su venida.

Aquí se demuestra la grandeza de este hombre que, al ser llamado por Jesucristo, a quien había perseguido tenazmente en los cristianos, lo dejó todo incondicionalmente para iniciar un nuevo camino apostólico, plagado de enormes dificultades, contradicciones y persecuciones.

El gran evangelizador de su tierra, el Asia Menor, de Grecia, Macedonia, y Roma, se dispone a ofrendar su vida bajo la espada de los verdugos de Nerón. Es admirable la grandeza y coherencia de vida de San Pablo, el apóstol indómito, invencible y apasionado con la causa del Evangelio.

c) Del Evangelio de San Lucas 18, 9-14.

La finalidad de la parábola es distinguir la piedad auténtica de la falsa, y sus destinatarios eran “algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, es decir, los fariseos”. Jesús plasma gráficamente su enseñanza en los dos protagonistas, el fariseo y el publicano.

Aquí se aprecia claramente el contraste de dos tipos de religiosidad: Dos hombres van al templo a la hora de la oración que eran las 9 de la mañana y las 3 de la tarde. El fariseo representa el modelo del autosuficiente, en realidad no habla con Dios en diálogo amoroso, sino consigo mismo. No hay amor en su oración, sino satisfacción de ser aparentemente bueno. Se compara con los demás y se considera justo, mejor cumplidor de la Ley. Parece que no necesita de Dios. Fariseo, en hebreo significa “separado” de los demás.

En definitiva, aunque su oración parece de agradecimiento al Señor, por lo que dice, es Dios quien tiene que pagarle sus propios méritos acumulados mediante una generosa observancia de la ley, incluso más allá de lo que ésta prescribía.

En cambio, el publicano, comienza su oración reconociéndose pecador y culpable ante Dios. Se da cuenta que el contacto con el Dios Santo le urge una conversión de su mala vida. Su inventario espiritual está vacío por completo. Su currículum es impresentable: ladrón y usurero, sanguijuela de pobres, huérfanos y viudas, violador de la ley, avaro y estafador. Dechado de sinvergüenzas, pertenece a la casta de los hombres perdidos sin remedio.

Sin embargo, vamos a ver cuál es el desenlace y el juicio de Jesús sobre ambas actitudes: el publicano volvió a su casa justificado por Dios, pues halló gracia ante Él, mientras que el fariseo no. A diferencia del publicano, el fariseo no se reconoce culpable ni necesitado de nada. Eso es lo que le cierra a la salvación de Dios ante quien, como dicen San Pablo y Santiago, no nos justifican nuestras buenas obras en solitario, sino unidas a la fe que es lo que les da valor. Es el favor de Dios lo que nos hace agradables y aceptos a Él. El fariseo, como dijimos, se presenta ante Dios como rico en méritos, mientras que el publicano como pobre y necesitado.

El fariseísmo es una actitud religiosa que nos impide vernos tal como somos, y que falsea nuestra relación con Dios y con los hermanos. No es una actitud sólo del pasado, siempre se ha dado y se dará, porque tiene su fundamento en la soberbia humana. Todos poseemos parcelas personales de fariseísmo, a veces incluso reconociéndonos pecadores, sin creérnoslo. Una falsa humildad es la forma más refinada de orgullo.

Los prototipos del fariseo y del publicano hoy, están representados en los que apelan a su buena conciencia, al cumplimiento cultural, a su mayor cultura religiosa, etc., para creerse mejores y superiores despreciando a los “nuevos publicanos”: los marginados, drogadictos, usureros, divorciados, emigrantes. Hay que tener cuidado de no excluirse de la misericordia de Dios, que sólo se alcanza confesándonos y reconociéndonos pecadores, como hizo el publicano y como hace la Iglesia al comienzo de la Eucaristía, invitándonos a reconocer nuestros fallos y pecados.

En definitiva, el fariseo no aprobó el examen porque prefirió la seguridad de la ley a la aventura del amor gratuito de Dios que se da sin reservas a quien se deja amar por Él. Lo que realmente agrada al Señor es el amor que se expresa en la entrega incondicional, como hizo San Pablo. Al final de su vida, como vimos al comienzo, cerraba el balance de su trabajo misionero, no para hacer recuento de sus méritos como el fariseo de la parábola, sino para reconocer que fue obra de la gracia actuando en él que le capacitó para anunciar íntegro el mensaje. Como el apóstol, sabemos de quién nos fiamos y en qué manos generosas está nuestra recompensa.

Fuentes: Luis Alonso Schˆkel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.

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