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Tiempo para el alma

“Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos”. Ef. 4: 4-6.

Pena que disputemos tanto. El cristianismo es cristianismo, punto. Un solo cuerpo, un solo espíritu, un solo Señor, ¡una sola fe! Estamos llamados a ir acortando las distancias que imponen las diferencias en el ejercicio del cristianismo; sobre todo aquellas diferencias de forma que nutren expresiones de crítica y rechazo, y que abren brechas, sin duda innecesarias. Sobre todo si tomamos en cuenta, que Jesús nos habla de amar al prójimo sin hacer distinción; el prójimo es hermano, hermana; la persona cristiana, es hermano, hermana. A lo que nos convoca Jesús es al ejercicio del amor, de la misericordia, de la solidaridad, de la oración; de la búsqueda de la salvación: “si confesares con tu boca al Señor Jesús, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”, Romanos 10:9, en la versión Reyna Valera de Biblia (Rev. 1602), la que suele usar la comunidad evangélica. “Te salvarás si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos”, Romanos 10:9, Biblia Latinoamericana, de gran uso en la comunidad Católica de América Latina.

¿No estamos hablando de lo mismo? La salvación está en Jesús, en reconocer su divinidad y su misión, en amarlo, seguirlo y ejercer el cristianismo que Él nos enseñó. Es cuánto.

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