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EL CORRER DE LOS DÍAS

Cuando el tema novelístico crece

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MARCIO VELOZ MAGGIOLOSanto Domingo

Un personaje novelístico, aun luego de ser creado puede seguir creciendo, lo que quiere decir que, incluso, puede darse el caso de que ya viviendo, comience por completarse buscando una renovación. A veces pienso que existen personajes que no estarían conformes sobre la manera que el autor los creó, y presionan para que, como en el caso de ciertos condenados, el autor renueve su ficha, y los catapulte con una fuerza nueva, porque se considera más rico que como ha sido tratado.

Cuando hace ya largos años laboraba con otros colegas en la desembocadura del río Higuamo, (El Soco), tratando de auscultar el corazón de un cementerio indígena en las riberas del mismo, un codo fino, de mujer, como enarbolando una metáfora, emergió de la tierra del cementerio como un llamado a la imaginación. Cuando con brocha de pintor mi compadre Fernando Luna Calderón dejó fuera el esqueleto de la que llamé en principio Florbella, aun el codo se mantenía en alto, vertical, como un poste de bandera, y alrededor, el cuerpo de la mujer enterrada era como la osamenta de un buque con rasgos humanos.

De pronto la imaginación me dijo que esta mujer joven guardaba una historia, y la historia surgió en mi cabeza como si el hallazgo fuera parte de un extraño documento. Mientras todos dormían en el campamento, un día, mi compadre Luna Calderón (Galeno) se me adelantó, y temprano fue a la tumba indígena poniendo sobre el codo virginal una flor del manglar cercano, una lila que misteriosa se mantuvo verde por largo tiempo, y que mientras desarmábamos y recogíamos los huesos de más de cien enterramientos, íbamos dejando para rescatar en un después casi mitológico con el esqueleto de la que fuera por un tiempo Florbella... Su gracia era tanta que no nos atrevíamos a desmontar los huesos de lo que se fue convirtiendo en un monumento del año 1200 después de Cristo, una especie de homenaje a la muerte, fosilizada en la sonrisa de aquel personaje ahora con nombre sobre el que hablamos en plena faena de excavaciones arqueológicas de El Soco, lugar de bateyes azucarados, de fiestas haitianas, con presente dominicano y pasado aborigen a la vez. Allí se mezclaban tres mundos.

La arqueología no es siempre literaria; conozco pocas novelas de arqueólogos profesionales, y en aquel momento el personaje venía a ser un llamado para inventar una biografía que hasta el momento permanecía varada en un tiempo cubierto por la tierra, las malolientes marismas del río, y los misterios de gentes de aldea que pensaban en términos mágicos, porque para muchos El Soco, una aldea donde el misterio y el oleaje eran hermanos de los alcatraces y las palomas, era un lugar donde las brujas volanderas desovaban y los guaymaros, brujadas indígenas de los espíritus que nos reclamaban el atrevimiento de desenterrar sus cuerpos, caían sobre nosotros cada día cambiando lentamente nuestra capacidad de ver un mundo que estaba del otro lado de la realidad.

Así comencé a pensar que esta mujer, viva luego en dos novelas consecutivas., Florbella intentaba, a mi entender, llegar a la realidad del siglo XX y decir su historia nacida en el siglo XIII, en un momento donde se me ocurría que las cruzadas medievales eran coetáneas, y donde seguro que los huracanes del Caribe eran más poderosos y cuando la tumba de Jesucristo, defendida como territorio árabe por Saladino, aun existía luego de la huída de Ricardo Corazón de León abandonando su intento de rescatar el sepulcro mítico y de tocar con sus manos el muro de las lamentaciones. Pensé en la simultaneidad de los hechos que pudieron haber rodeado, aun a distancia, el momento en el que esta mujer, bañados ahora sus restos por la luz marinera de la desembocadura del río, era enterrada con ofrendas de la planta común a la dieta de aquel sitio. Y no fue difícil ver con los ojos del sueño, aquel entierro y cómo era llevada en hombros, rodeada de seguidores que la consideraban una diosa de la naturaleza, porque junto a ella volaban centenares de moscas negras, de cintura fina, las mismas que desovaban en la raíz de la planita llamada “guallaga”, una que era guayada, rallada, y de cuya masa los huevos de dicha mosca formaban parte, cuando la raíz era alimento primrodal de los grupos a los que ella partencia , por lo que en su vasija, colocada en la parte lateral del entierro, se encontraron moscas secas , y raíces de la planta. Aquellas razones hechas de pensamiento puro y desnudo me hicieron creer lo imaginado. (Los novelistas podemos crear vida hecha de material mental y nuestros personajes pueden ser obra que nadie puede negar, porque vienen desde dentro y forman parte de nuestras experiencias y viven dentro de un flujo de imágenes que son nada más que muestras de lo que el pensamiento compone y recompone.

Florbella, convertida en novela corta, tuvo éxito, tenia corazón y texto de poema. Mis alumnos de los cursos en la Universidad Central de Venezuela, la leyeron. Mi compadre Mario Sanoja Obediente, eminente arqueólogo, se ocupó de distribuir algunos ejemplares. Mi antiguo y viejo profesor director de tesis José Alcina Franch se ocupó de hacer un ensayo en el que comparó, generosamente, mi pequeña novela, Florbella, basada en datos arqueológicos, con aquellas que eran invento y aventura sólo imaginaria de autores conocidos con una experiencia arqueológica de oídas.

La idea de Las Moscas en la tumba de Florbella me asedió de nuevo, y otra novela, parecida pero diferente, en la que mi compadre Luna Calderón era casi personaje, nacía por la inflamación de la imaginación, y la reconstrucción de un paisaje con nuevos habitantes. La Mosca Soldado fue el título. El feto lo fue Florbella. Hay momentos en que aun lograda una primera creación, la necesidad de retomarla se hace presente. Ambas narraciones son una muestra de que logrado un texto, el tema puede seguir fermentando hasta convertirse en una visión novedosa de sí mismo, la que permite al escritor presentar la nueva forma de aquello que parecía concluido.

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