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Movimientos sociales, partidos y gobiernos

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(Comparto con mis lectores del Listín Diario las palabras que escribí para mi intervención en el III Encuentro Latinoamericano Progresista, ELAP, celebrado entre el 28 y 30 de septiembre del presente año en Quito)

A raíz de la caída del muro berlinés y la implementación de las políticas del Consenso de Washington, combinación que dejó sin referente ideológico a los partidos de izquierda y profundizó las desigualdades en nuestra región, los movimientos sociales pasaron a jugar un papel fundamental ante el vacío dejado por estas formaciones políticas desarticuladas, dispersas y hundidas en oscuridades existenciales que en muchos casos las aniquilaron.

Las tenues palpitaciones progresistas que se mantuvieron durante la ola conservadora que arropó el continente durante el apogeo neoliberal, fueron posible por la terquedad ideológica de pocos, y el apoyo de los movimientos sociales que mantuvieron a raya a gobiernos que despreciaban a la gente y privilegiaban a los mercados como fuerzas que debían definir la vida y el futuro de los pueblos.

Tras la ola conservadora, las palpitaciones que mantuvieron vivo al progresismo en nuestra región, fueron creciendo hasta restaurar a las fuerzas de izquierda que, con un discurso potente, comenzó a llegar a los corazones del pueblo, maltrecho por la profundización de las desigualdades y el creciente estado de pobreza.

Este discurso llevó al pueblo a los gobiernos, porque su inclusión les comenzó a hacer parte de la construcción de un estado de bienestar expresado en una extraordinaria mejoría de sus condiciones materiales de existencia, como producto de la implementación de políticas públicas encaminadas a repartir las riquezas con mayores niveles de justicia.

Los recursos naturales, que desde el inicio de la conquista eran explotados por potencias extranjeras, comenzaron a ser propiedad de los pueblos donde gobernaban y gobiernan los partidos progresistas y con ellos se financiaron y financian las políticas sociales que han venido a beneficiar a las mayorías en la construcción de sociedades menos desiguales.

Pero las fuerzas conservadoras, orientadas bajo las directrices del Plan Atlanta, urdimbre que definió implementar una campaña mediática para desacreditar a los líderes progresistas de la región como antesala de un proceso de judicialización de la política que los llevara a la cárcel, tras destituciones mediante golpes judiciales y parlamentarios; todo para sacar del poder, por vías no electorales a los presidentes progresistas.

La conspiración, en marcha, busca barrer con todos los gobiernos progresistas de nuestra región, lo que representa una oportunidad para que los movimientos sociales que se sienten identificados con los gobiernos progresistas, se activen en alianzas con los partidos de nuestras izquierdas para defender lo que han construido los pueblos desde el ejercicio democrático del voto.

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